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En 2003, el director Stephen Norrington dirigió una curiosa película: «La liga de los hombres extraordinarios». Una liga formada por ocho de los más representativos personajes de la literatura de aventuras, ciencia ficción y/o de terror: Quatermain, Jekyll, Nemo, Dorian Gray, Mina Harker, el Hombre Invisible y Tom Sawyer.

En la cinta, con todo tipo de licencias temporales y de autoría, revivieron esos seres únicos nacidos gracias a la pluma, respectivamente, de Haggard, Stevenson, Julio Verne, Wilde, Stoker, Wells y Twain. Los 110 minutos de metraje resucitan los mitos creativos que se enfrentan al genocida de turno que, como no podía ser de otra manera, es Moriarty, el enemigo acérrimo de Holmes en las novelas de Doyle.

La puntería de Allan, la fuerza devastadora de Jekyll, el Nautilus de Nemo, la inmortalidad de Gray, el seductor vampirismo de Mina, la imperceptibilidad del hombre invisible y la valentía de Sawyer se ponen, en esta ocasión, al servicio del Bien en una acción redentora que atrapa al espectador gracias al dinamismo expresivo del film y a la efectividad y belleza de sus efectos especiales.

Dadas sus características, la creación de Norrington es especialmente útil para ilustrar, en ocasiones, y tras las pertinentes advertencias, algunas de las clases de literatura de E.S.O.


- El otro día la revisaste -recuerdas ahora-.
- Y estableciste algunas odiosas comparaciones....
Realmente -piensas- en tu país también existen ciertos seres extraordinarios. Pero, a diferencia de los literarios, solo mantienen de ellos su monstruosidad, mostrándose exentos de la belleza o grandeza de la que daban muestras en las novelas de origen. Los paralelismos se te antojan fáciles: desde los tertulianos que, metidos a dioses, hablan, adoctrinan y sientan cátedra sobre todo tipo de temas en los que suelen ser legos, hasta los ministros y demás ínclitos especímenes que administran sobre aquello de lo que no tienen ni pajolera idea...

- Tampoco os faltan vampiros -prosigues-.
- Efectivamente, aunque Montoro no es Mina...Y su sed es prosaicamente recaudadora... De hecho, no puedes, afortunadamente, imaginarte al ministro en ropa interior...
- Ni os faltan hombres o contabilidades invisibles...
- Ni monstruos que emergen de los poderosos y de su opulencia ignorando a los desheredados...
- Ni jóvenes que medran desde la adulación y el servilismo políticos...

Existe una Liga... De elementos que, sin ser héroes, tiran a dar, que carecen de un retrato para ver la podredumbre de su conciencia y cuyo saber no se emplea en la construcción de máquinas con las que observar la inmensa belleza del mar, sino en la elaboración de tramas artificiales con las que enriquecerse...

- Algunos son invisibles. O se hacen invisibles a la hora de rendir cuentas... La visibilidad judicial es patrimonio, siempre, de los débiles...

Y en tu inesperado soliloquio particular te cuestionas también sobre si quien os rodea no habrá liberado, de manera ya definitiva, a su Hyde particular... En este país, quienes triunfan en él, acaban siendo, inevitablemente, Moriarty...

- ¿A qué Holmes podréis recurrir? -concluyes-.

Tu pregunta es retórica -lo sabes-.

Intentas finalmente relajarte y huir de esos símiles que la película ha propiciado. Agarras el mando a distancia. Y, como en inesperada partida del juego de la oca, vas cambiando impulsivamente de canal: los tertulianos siguen... Los programas abyectos del mal llamado corazón siguen... Los «¡y tú más!» siguen...Todo sigue, igual...

Mientras, te inquieres sobre lo que puede hacer un educador para combatir ese entorno, rico en medios, seductor, letal... Hastiado, regresas al moderado lirismo de la película. Es el preciso instante en el que te das cuenta de que la Liga de los Hombres Extraordinarios de tu país es efectivamente otra, más sórdida, más ruin. Y, jugando con las palabras, creas una pausa.

La vuestra es, al final y al cabo, la Liga de los Hombres extra- «ordinarios»...