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Lo reconozco. Durante años he sido de los ingenuos que aseguraba que los presupuestos son la ley más importante que aprueba un gobierno al cabo del año. Y estaba equivocado, lo admito. La experiencia que uno adquiere a base de ir contrastando lo que se escribe en esos cientos de páginas que se copian y pegan de un año a otro con lo que finalmente se ejecuta lleva a la conclusión de que los presupuestos públicos son, en el mejor de los casos, un despilfarro de papel y horas de trabajo y, en el peor, un engaño al por mayor a la ciudadanía.

Gastos que se cambian sobre la marcha, partidas que se dejan abiertas para no tener que dar explicaciones y la nula exigencia de hacer realidad los proyectos anunciados en el plazo estipulado contribuyen a dejar a la sensación de que, al final, se nos toma en pelo.

En la última década se han liquidado presupuestos en Menorca en los que apenas se había ejecutado el 30 por ciento de las inversiones prometidas, mientras el control del gasto brillaba por su ausencia. Se ha llegado a fundir en gasto corriente el dinero que Madrid transfirió para las inversiones del Estatut. Después hemos pasado a la consigna de la austeridad que, en realidad, ha convivido con el aumento del gasto global de un sector público que sigue instalado en su burbuja.

Estos días ha sido noticia la presentación de los presupuestos del Govern para 2014. Mucha letra y poca chicha más allá de un reparto de inversiones que deja a Menorca a la cola del archipiélago. Para justificarlo nos dicen que todavía están pagando las autopistas que Matas hizo en Eivissa durante su mandato. Como si esos 31,22 millones de herencia recibida fueran dinero virtual. Algunos parecen encantados con la explicación. Así ya tienen coartada para justificar su inacción.