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A la una de la madrugada de la noche del domingo al lunes Tiago estaba en su cama dando vueltas y con la almohada empapada en sudor. Un nudo en el estomago le mordía como un cepo para animales, antes de que la ansiedad se disparase se levantó, bebió un vaso de agua y se sentó en el sofá con la luz apagada, cerró los ojos y se dejó llevar. Se vio de pie en Monte Toro, oteando el horizonte y descubriendo en cada punto de luz una Menorca.

Y aunque Tiago seguía sentado en su sofá con los ojos cerrados pudo ver la luz de una ventana en un edificio de Ciutadella, era el segundo B, allí María cosía mientras escuchaba la radio, los dedos deformados por la artrosis, por la edad y por los miles de dobladillos cosidos, pero debía seguir hilvanando agujas la cosa estaba mal para los hijos y peor para los nietos. Dos edificios detrás del de María, en una planta baja, Joan miraba la televisión y zapeaba compulsivamente entre los diferentes teletiendas y los adivinadores de la estafa y el zodiaco, su pulgar golpeaba el mando a distancia en un gesto de rabia mientras murmuraba. «a los cincuenta no eres viejo, a los cincuenta no eres viejo, a los...».

En un chalet adosado de Cala Galdana Josefa chatea con su novio virtual y sueña con visitar Australia. En un ático de Ferreries Lluís mira el techo de su habitación emocionado porque mañana hay instituto y volverá a ver a Julia.

En un local comercial de Santo Tomás Ramón y Vicenta hacen cuentas, cuentas que nunca cuadran, cuentas que nunca salen, cuentas que les tienen despiertos a la una de la madrugada sin saber si merece la pena abrir por la mañana, sin saber si deben enterrar las ilusiones como hicieron con el amor.

Tiago también vio cerca del patio de Sa Lluna, en una pequeña casa con balcón, a Sara hablando por Skype con su hermano emigrado a Noruega: «El frío duele hermana, duele como la distancia».

En una casa en cuesta, de las que salen del puerto, Josep se balancea en su mecedora mientras recuerda los tiempos en que Maó era un pueblo y el cemento se descargaba en sacos, eran otros tiempos, tiempos en los que Josep podía dormir ocho horas seguidas. En la casa de la izquierda, también en la cuesta, Joana repasa sus álbumes de fotos y continúa preguntándose qué hubiera pasado si le hubiera declarado su amor a Josep, el apuesto estibador, pero el qué dirán pudo más que todo lo demás.

Tiago seguía con los ojos cerrados para ver que a dos minutos de Calasfonts Enrique se prepara una nueva cafetera y repasa los apuntes, por la Universidad a distancia todo es más difícil pero el hachazo a la educación pública le ha impedido cumplir el sueño de estudiar fuera de la Isla rodeado de compañeros. Pared con pared a la casa de Enrique, Jordi organiza en su ordenador los resúmenes de prensa, hace tiempo, en un ataque de romanticismo, decidió abrir una carpeta en su escritorio para llenarla de las buenas noticias que encontrará, después de unos meses solo tiene tres, a ellas se agarra.

Muy cerca del camino de Pou Nou, en una casa de campo que necesita con urgencia una mano de pintura, Llorenç fuma compulsivamente y su mente se engancha en un bucle sin fin porque intenta buscar una solución donde no la hay.
Tiago que sigue con los ojos cerrados está relajado, muy relajado, justo antes de dormirse respira las noventa mil menorcas que hay y maldice, sin odio, a los que juegan a la división, a los que juegan a la radicalización, a los que buscan la meta personal al precio que sea, aunque ese precio, queridos lectores, sea Menorca.

conderechoareplicamenorca@gamil.com