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Un menorquín, de media, vive 85 años. O lo que es lo mismo, unas 4.432 semanas, aproximadamente, 31.025 días, año bisiesto arriba, año bisiesto abajo. Cada uno de nosotros disponemos de 744.600 horas, 44.676.000 minutos o 2.680.560.000 segundos, sin contar la paga extra. Así, a bote pronto.

Pero al final, cualquier existencia, por efímera o longeva que resulte, depende de la pasión con la que se viva. Por si no me entiendes, amigo lector, el valor que le echas al tener un sueño y luchar contra todas las adversidades por conseguirlo. O cómo sazonas tu paso por este mundo para que no acabe siendo una aburrida gota más en un mar infinito.

La comodidad del mínimo esfuerzo nos condenará a la inmensa mayoría a una singular vida que pasará desapercibida para los libros de la Historia universal. Nos guste o no, no inventaremos la vacuna contra el cáncer, no rebajaremos el récord mundial de los 100 metros lisos, no solucionaremos el conflicto entre israelitas y palestinos.

Tampoco se nos irá la olla y acabaremos protagonizando una Guerra Mundial, ni iremos por ahí soltando misiles nucleares a mansalva, ni seremos presidentes de los Estados Unidos de América para formular frases de esas tan chulas que acaban en algún Twitter o Facebook y que le dan, al que las utiliza en público, la sensación de que es una persona culta. O cultivada. Según le venga en gana.

No. Nos largaremos, muchísimos de nosotros, por la puerta de atrás, sin hacer demasiado ruido y con cierta discreción histórica. Importándonos un pito el TIL, el PTI, el IVA y hasta «el cinco por ciento TAE».

Puede que llegado a estas líneas decidas que quizás lo mejor será cambiar de página, dejar de leer lo que dice este lumbrera para leer lo que dice otro lumbrera. O podemos intentar solucionarlo.

El ser humano tiene la capacidad de ser maravillosamente especial si así lo desea. Si tú le echas pasión a todo aquello que haces, das lo mejor de ti sin esperar nada a cambio y peleas para que cada uno de esos 2.680.560.000 segundos que en teoría nos regalan, te aseguro que no pasarás desapercibido. Que no caerás en el olvido. Te aseguro, de una forma mística, la eternidad.

Puede que los libros de Historia jamás hablen de ti o de mí. Puede que nunca seamos ese hombre o mujer que da el primer paso en un nuevo planeta. Pero si al echar la vista atrás descubres que te has entregado con pasión a todo lo que has hecho, y puedes sonreír orgulloso, ese sabor, amigo mío, es el de la vida eterna.

dgelabertpetrus@gmail.com