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Sabían que iba a ser el último abrazo en mucho tiempo, tal vez el último sin más, no podían estar seguros de volverse a ver, ni siquiera sabían cuánto tiempo ni qué iban a poder seguir viendo cada uno por su lado. La pobreza de tantos años había hecho mella en su relación, claro, cuando uno está demasiado pendiente de la supervivencia se olvida de vivir, se olvida de los demás, se olvida hasta de quién es uno mismo, y se deja de ser ése, porque pasa a ser uno cualquiera. Un dato, un lamento general en alguna noticia, una línea en algún informe, uno más en un grupo demasiado numeroso como para atenderlo uno a uno. Así que a la cola, pero una cola que lleva mucho tiempo solo avanzando hacia atrás, acumulando gente. Perdone, ¿el último?. El último todavía no ha llegado, y el primero parece que no va a entrar. Perdieron el trabajo, luego el paro, después el subsidio, más tarde la casa, al final las ganas y por último la esperanza. Que también se pierde.

Ellos seguían abrazados, en un aeropuerto -desde hacía días su casa-, pensando en cómo habían llegado a esta situación. Ellos, que siempre se vieron tan lejos de la riqueza como de la pobreza. Qué equivocados estaban, como tantos otros, que pensaban que para llegar a ser ricos o a ser pobres tenían que dar equis pasos, ahora sabían que no, que para alcanzar la riqueza no eran tantos pasos como pisotones, y que para llegar a la pobreza no era necesario tanto caminar como dejarse empujar. Qué fácil es perderlo todo cuando el mundo se basa en que nada fue tuyo. La propiedad privada privando de las cosas más primarias, el capitalismo internacional dejando sin capital barrio a barrio, la evolución retrasando la humanidad. Hombres y mujeres contra mujeres y hombres, tan iguales y tan diferentes. Y ellos dos abrazados, ellos dos que se quisieron tanto, que se querían pero ya sin notarlo o sin que fuera autosuficiente, pero todavía lo necesario para que decidieran separarse por el bien individual de cada uno, para buscar sin el peso del otro alguna salida, un alivio, una pequeña luz a su medida.Ojalá encuentre en mi país lo que ya no nos da el tuyo, ojalá encuentres en tu país lo que fue nuestro. Ojalá otra vez juntos, ojalá eso volviera a ser lo mejor, volveré a por ti y mientras esperaré a que vengas. A que tenga sentido.

Dos indigentes abrazados ante el control del aeropuerto, él a punto de pasar para embarcar, ella dispuesta a quedarse más días dentro, bajo ese frío techo. La gente les miraba extrañada. Se soltaron. Y el guardia de seguridad, cuando ya revisaba el billete y el pasaporte de él, pensaba en lo raro que era que años atrás vinieran de ese mismo país mejor de cómo se acababan marchando ahora. Al menos éste consiguió dinero para volver, pensó. Meses de comida tragados por la desesperación, cientos de euros volando lejos, despidiéndose de ellos y para su propia despedida. Suerte y vuelve. Poder volver es la única suerte que quiero.