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Se creen dioses y no lo son. Únicamente se han alejado de los hombres. En su viaje han ido ganando «altura», pero perdiendo sensibilidad. Han acrecentado su soberbia y la soberbia les ha incapacitado para la asunción del error y del propósito de enmienda.

En palabras de Tomás Moro: «el soberbio es el que está más lejano de toda cura. Porque, ¿cómo puede reparar su falta si para él no existe, si piensa que todo lo que él hace está bien».

En su ascensión se van quedando solos. Momentáneamente, los bufones de palacio palían su ceguera, en el futuro, irremediable. Cuando, con el tiempo, caen, descubren como los juglares cambian de amo. La sala se queda vacía, entonces. Y no transita por ella, ni tan siquiera por sus vidas, ningún sentimiento humano.

No hay viaje de vuelta porque pensaron que, el suyo, era siempre de ida y porque nadie hay en la terminal que les aguarde. El precio pagado se les antoja entonces costoso. Perdieron demasiado por nóminas abultadas y adulaciones inmerecidas.

A la postre no producen entre aquellos a los que hirieron ni tan siquiera resentimiento, pero sí una profunda pena. No hay tampoco segundas oportunidades. En la vida, rara vez las hay. Lo señaló Delibes: «La imposibilidad de poder replantearte el pasado y rectificarlo es una de las limitaciones más crueles de la condición humana.»

Lo terrorífico es, no obstante, que en su subida hacia un olimpo inexistente, arrastran irremediablemente al inocente. Y sus ocasos dibujan paisajes desoladores en los que los cadáveres ya no dejan espacio para nuevas pinceladas.

Cuentan que acaban invariablemente aislados. En el peor aislamiento: el voluntario, preguntándose un por qué. El orgullo es el único camarada fiel que les queda. Con él, toda respuesta es imposible… El mundo se ha empecinado en destruirlos; la envidia ha tejido una conjura; sus amigos nunca fueron tales; el mal siempre reside en el otro… En los otros. Y, finalmente, un día se van, con una herencia que es flor pasajera de hemeroteca…

¿A quién te refieres?
A los malos políticos -te contestas-

Y piensas en el informe pisa. Llevas treinta y tres años dando clases y siete reformas educativas. Una por cada cuatro años y medio, aproximadamente. Y es que, con cada nuevo gobierno, llegarán siempre ellos.

Reescribes el artículo: los que se creen dioses y no lo son… Los ministros del ramo que se alejan de los hombres, de los expertos... En su viaje van ganando «altura», pero perdiendo sensibilidad: la que les hace ajenos a los intereses del alumnado. Han acrecentado su soberbia y ésta les ha incapacitado para la asunción del error y de la enmienda.

Ellos conseguirán, sí -se dicen- la REDYMSHCANS (Reforma Educativa Definitiva Y Maravillosa Sin Haber Consultado A Nadie, Solos). No en vano son incomprendidos héroes de Márvel.Solo pisarán los centros para cortar cintas. Solo entrarán en un aula si el fotógrafo ocupa un pupitre. Solo abrazarán a un niño si se les garantiza un titular. Solo buscarán en la educación el paso a una inmortalidad impensable. Solo rebajarán su egocentrismo en privado a la hora de consultar lo que no saben: la totalidad de un universo que desconocen y, sin embargo, administran. Solo les inquietarán los resultados académicos en función de las urnas…

En el olimpo, en el suyo, jamás les arribará el quejido del alumno con necesidades educativas especiales, desatendido; la vulnerabilidad de los docentes; las estrecheces económicas de niños con padre y madre en paro o la soledad de quien vive su particular pasión en el seno de una familia desestructurada. A diferencia de lo dicho por Terencio, todo lo humano les será ajeno.

Y cuando les llegue el informe PISA o los resultados del CIS hablándoles de su descrédito, repetirán liturgia: pondrán cara de escolares aplicados y se inquirirán un por qué… La pregunta quedará otra vez sin respuesta. No en vano, en su «aula», en su despacho, seguirá sentada, acomodada, fiel, su hiriente soberbia…