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Rara vez, como los pobres ancianos pobres, reciben visitas. Solo las que buscan beneficio: extractos bancarios, publicidad, mensajes apocalípticos... Pero no cartas. Son buzones, ahora, solitarios, con soledad hiriente, significativa… Incluso se preguntan si siguen teniendo sentido en el mundo de las nuevas tecnologías. Los buzones ya no anidan en los portales, sino en las virtuales bandejas de los ordenadores. Nadie escribe hoy cartas. Y con esa renuncia -los buzones lo saben- habéis renunciado también al arte de la caligrafía; a la reflexión previa que exige todo texto de rigor; al esfuerzo de la corrección y/o belleza expositiva; al análisis posterior de lo escrito; a la liturgia del sobre y del sello; al paseo prudente hacia el buzón; a la ilusión de la llegada y de la respuesta generalmente anhelada. Los buzones, como los ancianos pobres, no reciben visitas. Ya nadie escribe cartas… A fin de cuentas, os habéis sumido en la cultura de la inmediatez y de lo visceral, cuando no de lo imprudente.

Los e-mails se alzan en claros exponentes: la letra suele siempre ser arial y el tamaño de fuente el 12. Es la de todos. Primera unificación. La reflexión, poca. Por eso se lanzan con un intro contenidos de los que, luego, y en incontables ocasiones, os arrepentiréis (el largo o corto camino hacia la oficina de correos tal vez relajó, en otro tiempo, a muchos; los serenó; los asedó y los empujó a romper una carta que pudo acabar siendo, incluso, letal). Y la ceremonia sigue: se escribe impulsivamente y se descuida la ortografía (en los correos prima urgencia de indigestión; en los sms el factor ahorro y en los whatssapps, el prurito inexplicable de la estupidez). Ya nadie mima tampoco las palabras. Y se quedan como desvalidas, como mujeres maltratadas, desprovistas de querencias. A lo sumo dudaréis unos segundos antes de pulsar la tecla que os acercará al mundo, pero desprovistos de la esencia que os hace dignos de pertenecer a él. No analizaréis lo redactado. Ni sus consecuencias… No habrá paseo posterior hacia la esquina, donde aguarda ese ser vestido de amarillo de horario anacrónico…

Cuando llega la Navidad, los buzones parecen, todavía, más solitarios. Tampoco cobijarán -lo saben- felicitaciones personalizadas. Para eso está el Cco del portátil. Y el deseo se compartirá, quebrado, despersonalizado, con treinta o cuarenta destinatarios. Con una imagen y un mismo anhelo os vale. Puede que, como dijera Chaplin, metido, incoherentemente, a dictador, penséis mucho (tecleéis mucho), pero sintáis poco.

Finalmente, el mal que padecen los buzones solitarios se extiende y se instala en otros ámbitos. Lo que escribís apresuradamente rara vez viene precedido por unas sólidas argumentaciones. Las palabras, heridas, suenan a hueco. Como los discursos y la altura moral de muchos. Como los calentones de tantos dirigentes o tertulianos que lanzan al aire el insulto como quien emite con premura un e-mail de los cataplines, sin previo análisis. La inmediatez, esa maldita cultura de la inmediatez, ha rizado el rizo: no solo son vuestros mensajes, sino también vuestros comportamientos éticos. Chaplin rizaría el rizo, igualmente: no pensáis, no sois capaces, por tanto, de decir algo. Insultáis, a modo de sucedáneo. Y no sentís poco, porque, simplemente, no sentís.

Por eso, cuando llegas a casa, te miras tu buzón, solitario y estéril. Te da pena. Por él y por su simbolismo. Su vacío no deja de ser el mismo vacío de una sociedad hueca que, sometida al nuevo ídolo de lo instantáneo, ha dejado de amar la belleza; ha perdido el hábito de la reflexión; el gozo de la expresión y la capacidad salvadora de la prudencia. Un día huyeron de los buzones solitarios. Huyeron la caligrafía, el pensamiento, la redacción, la serenidad, el análisis, el esfuerzo y la humanidad. Por eso, tal vez, haya por el mundo tantos borregos sueltos camuflados tras una "arial 12"…