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Carta desde Oak Ridge

Ya estamos ante el año 2014, otro año electoral en EE UU. No para elegir presidente sino a un sector del Congreso. En la actualidad, el Congreso esta bajo control Republicano y el Senado tiene mayoría Demócrata. La inhabilidad de pactar y el odio acerbo de una minoría Republicana, los miembros del llamado Tea party, que esta en posición dominante dentro del Congreso, es constante. Esto ha hecho imposible a Obama llegar a acuerdos sobre presupuestos o cualquier otra medida gubernativa. Las próximas elecciones pueden cambiar las mayorías de las cámaras legislativas, por tanto se presentan muy reñidas.

En EE. UU., los periodos electorales no están restringidos a unas semanas como ocurre en Europa. El que el 2014 sea año de elecciones no implica que las campañas electorales empiecen en algún momento en 2014, las campañas empezaron al día siguiente de las últimas elecciones en 2012. Ese es un problema que tenemos aquí, la constante presión electoral de los partidos que no cesan en sus campañas electorales, entorpeciendo la gobernabilidad del país. En el Congreso las posturas hacia las elecciones impiden el llegar a acuerdos para tirar el país hacia delante.

Uno de los datos más significativos respecto a las elecciones es el constante aumento del gasto electoral. Es difícil tener una estimación fiable de lo que se gasta en este país en elecciones, pero un indicio nos lo pueden dar los gastos de las campañas presidenciales que oficialmente se registran. En las cuatro elecciones presidenciales desde 1996 a 2008, los gastos oficiales totales en millones de dólares han sido: 477.9, 649.5, 1016.5, y 1834.4. Esto no incluye los gastos electorales de congresistas y senadores que se presentan a elección a la vez que el presidente. Como se puede ver hay una subida de gastos constante y significativa de elección en elección.

Pero las cosas se complicaron más a partir del año 2010, cuando el Tribunal Supremo decidió que las compañías podían contribuir tanto como quisieran a la elección de un candidato. Eso eliminó todas las regulaciones establecidas durante años que limitaban las contribuciones de las empresas. Como consecuencia más dinero fluyó dentro de las campañas de quienes defienden los intereses de grandes compañías. El coste de la campaña presidencial de 2012 se estima en 2300 millones de dólares y el coste total de las campañas de aquel año se estima en unos 7 mil millones.

Después de 2010, el reto fue para los candidatos que defendían causas que iban en contra esos intereses. En este sentido, la campaña de Obama de 2008 abrió nuevos caminos. La campaña se centró en internet y fue capaz de conseguir un alto aporte económico gracias a muchas pequeñas donaciones. Siguiendo ese camino, vemos a multimillonarios como los hermanos Koch contribuir varios millones de dólares al partido Republicano y para compensar el partido Demócrata tiene que reunir contribuciones de varios cientos de miles de ciudadanos a través de peticiones en internet.

De esta forma, el proceso de captación de fondos es constante. Tanto da que sea año de elecciones como no, hace falta recaudar fondos y se usa cualquier motivo para perseguir al ciudadano con más demandas de dinero. Yo mismo, que no tengo ninguna actividad política, recibo unas diez peticiones diarias de dinero de diferentes organizaciones políticas. El resultado es que acabas no haciendo caso a ninguna petición.

A fin de mes los partidos hace públicas sus recaudaciones mensuales. Esos datos se usan cada vez más para valorar la popularidad del partido. Entonces los días finales del mes llegan desesperadas peticiones de dinero para que no «ganen» los otros. Da la impresión que los partidos han perdido el sentido de sus programas y que lo único que importa es la recaudación. Es como si la democracia evolucionara de la posición: «cada persona un voto» a «cada dólar un voto».