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Abres los ojos y ves que el sol se ha colado por las cortinas de la habitación. Hace unas horas celebrábamos el inicio del año 2014. Doce campanadas, doce uvas... apenas 12 segundos para un tránsito del tiempo que cambia los dígitos de un calendario convencional que rige nuestras vidas. El día 31 la Tierra rotaba y los países occidentales, uno tras otro, iluminaban la noche con fuegos artificiales.

Abres los ojos y tras la fiesta te preguntas qué ha cambiado en esos doce segundos. La mañana discurre templada y silenciosa acunada en muchos hogares por la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la traviesa batuta de Daniel Barenboim. El tránsito de 2013 a 2014 se hace ritmo de cotillón. Pero, ya despejado, te miras al espejo y ves los mismos tatuajes grabados en la galería del ayer.

¿Qué ha cambiado? Lo único seguro es que - afortunadamente- cumplirás un año más. El resto sigue igual. Los problemas, polémicas, inseguridades... no se han fundido en la Puerta del Sol. Ha sido solo una tregua, un respiro al amanecer de otro día.

Abres los ojos y las felicitaciones enviadas a golpe de móvil han desaparecido entre la neblina del amanecer. Vuelves a la realidad. Enciendes el ordenador y aparecen las mismas disputas y dramas que sacuden a nuestra Isla y al resto del mapa. Los buenos deseos cruzados en el matrix de esta era no harán cambiar por arte de magia los duelos en educación, las cruzadas de banderas, los males de la corrupción, la sentencia de Cesgarden o el dolor del paro y desamparo, por mucho que los presidentes de este reino de taifas que tenemos pintaran nubes de colores en sus discursos de Nochevieja.

Hoy, como ayer, abres los ojos y te enfrentas a un día más. Con lo bueno y lo malo que la vida te pone en el camino del calendario.