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En el año 1971 varios periódicos estadounidenses publicaron un anuncio en el que ofrecían a jóvenes participar en una simulación de prisión a cambio de quince dólares diarios. El experimento, dirigido por Philip Zimbardo, se iba a desarrollar en una cárcel ficticia construida en el sótano del Departamento de Psicología de la Universidad de Standford. Se presentaron un total de setenta voluntarios. El equipo de investigadores seleccionó a veinticuatro jóvenes universitarios, de clase media y saludables tanto física como mentalmente. A continuación, los investigadores los separaron de forma aleatoria en dos grupos: los prisioneros y los guardias. Philip Zimbardo se reunió con los guardias para orientarles sobre el desarrollo del experimento. Les dijo que su responsabilidad era dirigir la prisión de la manera que creyeran más conveniente. Solo había un límite: no podían ejercer violencia física.

Por su parte, los prisioneros tenían que esperar en sus casas hasta que fueran detenidos por policías reales y trasladados a la cárcel ficticia. Todos los participantes sabían que se trataba de una simulación. Sin embargo, la situación se descontroló rápidamente. El segundo día se desató un motín y, como represalia, los guardias decidieron dividir a los prisioneros en dos bandos (buenos y malos) para hacerles creer que había informantes entre ellos. A partir de ese momento, los guardias empezaron a desarrollar un comportamiento sádico hacia los prisioneros.

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Les obligaron a limpiar retretes con sus manos desnudas. Retiraron los colchones de los prisioneros malos. Los desnudaron como forma de humillación. Confinaron a un prisionero en una celda de aislamiento cuando inició una huelga de hambre. Los guardias dijeron al resto de reclusos que podían ayudar a su compañero si les entregaban sus mantas. Ninguno aceptó la propuesta. Cuando los guardias se enteraron de que los prisioneros estaban tramando un plan de fuga, solicitaron trasladar a los reclusos a los calabozos reales de la Comisaría de Policía. La petición fue rechazada. Finalmente, el día 20 de agosto de 1971 el experimento fue cancelado debido a las presiones de los familiares de los presos y al incremento de las vejaciones protagonizadas por los guardias.

Este experimento constituye, sin duda, una demostración de la existencia del lado oscuro de la personalidad humana. Seis días bastaron para que los guardias se convirtieran en personas detestables que disfrutaban con la humillación de los prisioneros hasta el punto de protestar por la cancelación del experimento. Resulta sorprendente observar cómo dejaron de ser lo que eran cuando alguien les impuso una determinada actitud, les asignó un papel y les dejó libertad para desempeñarlo. Los guardias dejaron escapar su lado oscuro cuando se identificaron con su función dentro del experimento. Y, ciertamente, esta conclusión nos debe hacer reflexionar sobre nuestra forma de relacionarnos en sociedad.

¿Mostramos a los demás nuestra verdadera forma de ser? ¿O más bien es producto de la situación en la que nos encontramos? Nuestro lado oscuro comprende muchos pensamientos, emociones e impulsos que no solo ocultamos a los demás, sino también a nosotros mismos. Consideramos que son demasiado dolorosos. Si el resto los llegara a conocer, tendríamos dificultades para captar el amor, la comprensión y reconocimiento de las otras personas. Es posible que la situación límite creada en la prisión de Stanford provocara que los jóvenes se comportaran de forma perversa, egoísta y con ansia de poder. Sin embargo, ¿cuál sería nuestra reacción ante una situación similar? Se trata, sin duda, de una pregunta difícil. Quizá tuviera razón el novelista francés Louis-Ferdinand Céline cuando, en su magistral «Viaje al fin de la noche», dijo: «Todo lo interesante ocurre en la sombra. No se sabe nada de la historia auténtica de los hombres».