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Partirse la cara, así, sin ton ni son, joroba lo que mayormente es la salud. Es imposible que sea bueno. Ni para las neuronas, ni para el serrín que, en algunos energúmenos, ocupa el lugar que debieran ocupar las neuronas. Y, la verdad, es que da igual si el que pega o el que recibe es policía, manifestante, inmigrante, Rita la cantaora o el mismísimo Papá Noel. Imágenes como las que se dieron después de los actos de la Marcha de la Dignidad en Madrid no se deberían repetir bajo ningún concepto. Ni tampoco, evidentemente, otras que se dieron en diferente ocasión cuando los que pillaban cacho eran los que el otro día repartían tortas como panes. Reduciendo la escena al máximo absurdo no deja de ser una pelea de patio de colegio que debería solucionarse cuanto antes.

Que ahora salga la Policía Nacional poniendo ojitos de cachorrillo magullado lamentando que el otro día les tocaran la cara es un poco hipócrita. Más que nada porque si de un tiempo a esta parte ponemos en una misma balanza a un lado las tundas que reparten ellos y en el otro las que reciben, las primeras creo que ganan por goleada. Pero desde estas líneas me solidarizo absolutamente con ellos porque las imágenes que se ven son las de una panda de salvajes cuya educación queda en entredicho.

Está claro que el manifestante de a pié en Madrid está un poco hasta el moño de que la Policía, a instancias de los que mandan, disuada la mayoría de las concentraciones con sobredosis de porra, patada y puñetazo. Visto así, las autoridades deberían entender que en algún momento el que está harto de recibir, intente defenderse. Ni aunque sea por orgullo propio.

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«Han empezado ellos», vendrán a decir las dos partes pero lo cierto es que se debería analizar tanto un comportamiento como otro. Le pese al que le pese, ninguno de los dos ha obrado bien. Ni todos los manifestantes son así de violentos, ni todos los policías adoran gestionar estos asuntos dilapidando bofetadas hasta al apuntador.

¿De quién es la culpa? Es imposible responder. Yo creo que en cada colectivo debería haber representantes que fueran capaces de aplacar los instintos y las ganas de zurrar que imperan en algunos imbéciles e imbécilas. Y que los que mandan, en lugar de preocuparse porque unos se manifiestan, que entiendan la razón y la necesidad por la que lo hacen e intenten solucionarlo. Antes de que sea demasiado tarde.

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