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El DNI no tiene ni puñetera idea de cuántos años tiene cada uno. La edad es relativa y la juventud depende directamente del espíritu del individuo. Hay personas que sobrepasados los 20 han vivido muchísimo más que ancianos que presumen de llegar a los 80, por poner un ejemplo y al revés, personas que a los 80 han exprimido cada segundo como si fuera el último dejando tras de si una existencia envidiable. Pero lo que te decía, uno es tan joven como decide serlo. Y si no, que se lo pregunten al protagonista de la historia que comparto contigo.

El pasado jueves, una pareja de adorables ancianos norteamericanos paseaban tranquilamente por la Alhambra de Granada. Entre la multitud presente la pareja, que se encontraba con unos amigos, se separó y no se volvió a encontrar. La mujer, alertada y alterada, puso una denuncia de desaparición y confió en la efectividad de la justicia española preocupada por los mil y un males que podrían afectar a su anciano y desfavorecido marido, mientras ella, angustiada y preocupada por los peligros que acechan, estaba en un «sin vivir».

El hombre apareció, el lunes, cuatro días después, en California, en Estados Unidos, a unos 9.500 kilómetros de donde se perdió. Lo normal en este caso es pensar que el anciano sufrió un desvarío propio de la edad, se desorientó y regresó a casa. Lo que le podría pasar a cualquier persona de 81 años. ¿O no?

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La Policía Nacional, encargada de llevar la investigación, informó de que el señor en cuestión aprovechó la confusión de la muchedumbre en La Alhambra para subirse a un taxi con dirección a Barcelona, que está a unos 900 kilómetros por carretera y para el que el contador del taxímetro dio varias vueltas. Menuda alegría se llevó el chófer...

Una vez en el aeropuerto de la Ciutat Comtal, sacó pasajes para regresar a Estados Unidos previa parada en Amsterdam, donde se debió regalar un paseo por el Barrio Rojo y debió calmarse los humos con otros humos.
De ahí tomó otro avión que lo llevó a casa, donde tenía previsto llegar de incógnito, recoger algo de equipaje y largarse a México sin ser descubierto con la esperanza de empezar una nueva vida con una nueva identidad . Lamentablemente lo cazaron antes de lograr su objetivo.

Ahora te toca a ti, amigo lector. Decide si lo que te he contado fue real, si se debe a que el anciano se sentía lo suficientemente joven para vivir la penúltima aventura de su vida o que la edad es un castigo con el que no debemos lidiar y que ante la vida no podemos más que sentarnos y aceptar el argumento que nos toque sin poder hacer nada a cambio. Ser simplemente uno más.

dgelabertpetrus@gmail.com