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Dicen que la necesidad agudiza el ingenio y para sobrellevar la crisis -que es ya como la sempiterna sequía-, la gente se ha ido organizando. Sobre todo a través de internet, de las redes, con la creación de grupos de trueque, de intercambio de favores, de compra-venta a buenos precios de lo que a ti te sobra y otro necesita, de intercambio de casas o de sofás, con la experiencia del couchsurfing. Compartir coche era una opción más, hasta que el Ministerio de Fomento decidió, bajo la presión del colectivo del taxi, tomar cartas en el asunto y anunciar que multaría a usuarios de servicios como la comunidad on line Blablacar.

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No hay manera de intentar que cuadren las cuentas y buscar cómo moverse con el presupuesto justo, en seguida viene papá Estado a amargarte la fiesta, siempre por tu seguridad, no lo dudes, y en detrimento de tu cartera. Hasta que Bruselas ha puesto en su sitio a la ministra Ana Pastor y le ha dicho que no puede prohibir que los coches particulares se compartan, y mucho menos poner multas de hasta 600 euros a sus ocupantes, a no ser de que se demuestre que existen fines lucrativos sin una autorización legal.

Y es que tiempo atrás incluso la Administración recomendaba compartir vehículo hacia el puesto de trabajo, ir de vacío se consideraba -porque lo es-, un despilfarro económico con un alto coste ecológico. Sitios como el citado en internet permiten hacerlo de manera organizada, un intercambio entre particulares, y recientemente un joven de Maó ha ganado el premio al mejor proyecto emprendedor universitario de España -que también defenderá en Europa-, con su idea de aplicar ese mismo modelo en el transporte de mercancías, para que los camiones aprovechen sus rutas. Ojalá tuviéramos en las islas un Blabla aéreo que nos abaratara billetes.