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El otro día, en las fiestas de Sant Climent, me intentaron pegar. No de la forma en que se pegaba en el patio del colegio, donde el incidente no iba más allá de tirones de pelo y capones. No. Las intenciones primitivas del orangután que quería zurrarme creo que iban desde partirme la boca hasta hacerme una cara nueva. La razón también me descolocó un poco, aunque más bien creo que el que iba colocado era él.

«¿Qué miras?», me dijo con un tono a mitad de camino entre orco feo y malo de 'El Señor de los Anillos' y la niña de 'El exorcista' en pleno apogeo. Sin saber muy bien qué decir y ante la ridiculez de la situación me limité a sonreír. Se ve que eso está mal visto, mal hecho o que le sentó mal porque el muchacho, que no tenía ni la pinta ni la actitud de frecuentar lugares como esta columna u otros donde suelen juntarse más de cinco letras, entró en cólera y quiso ajusticiarme a corto plazo.

Tengo la teoría de que fui víctima de un flechazo a primera vista. No por las inclinaciones sexuales que míster «Te-meto-un-puñetazo-que-te-arranco-la-cabeza» sintiera por mí sino el roce afectivo que suele haber en estos casos entre don Excesos y doña Testosterona. Que acaba en cortocircuíto y unas ganas tremendas de espachurrarme. Y no de amor, precisamente.

Imagino que ese individuo en cuestión sufre varios apagones al día. La presión de los músculos perfectamente esculpidos en el gimnasio o metiéndose bazofia que te hincha interfiere el riego al cerebro y fa pum.

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No te negaré, amigo lector, que el incidente me dejó un mal sabor de boca. Quizás porque en ese momento yo estaba disfrutando de mi fiesta tan tranquilamente con mis amigos y me la interrumpió algo similar a un hombre de Cromagnon o porque quizás me tendría que haber dejado pegar porque es a lo máximo que su miserable vida puede aspirar. Dedicarse a ir refunfuñando por las fiestas con su inseparable colega Armando Bronca Seguro.

Al final, podríamos decir que tuvo suerte, me apiadé de él y no le machaqué los nudillos con mi cara.

Dejando las bromas a parte, me pareció una situación lamentable, propia no solamente de un maleducado sino, para más inri, de alguien que le da igual el hecho de serlo. A mi no me pegó pero no me cabe duda que antes de mí abusó de muchos otros y que después de mí lo seguirá haciendo a otros tantos. Y como él hay muchas personas en la Isla, en el país, en el planeta. El típico abusón del colegio contra el que no podíamos hacer nada. Cuando te sientas como me sentí yo, recurre a estas líneas porque creo que le hemos dado su merecido sin ni siquiera perder la compostura. Y de paso nos hemos quedado a gusto.

dgelabertpetrus@gmail.com