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Ser (o creer/querer ser) escritor y vivir en Menorca es todo uno; si no fuera, claro, porque el paraíso está lleno de obstáculos. Me consuela tontamente, como todos los males de muchos, que no soy la única que lucha contra la pereza a la que la Isla te arrastra, especialmente en verano. Olvido al instante las historias que me cuentan otros escritores que habitan esta tierra sobre sus jornadas, sus horarios sagrados, tras sus ventanas que miran al mar (o al huerto), y sus paseos al atardecer para estirar las piernas y seguir cerrando capítulos. Admiración y resquemor a partes iguales: me vengaré de todos (literariamente) en un futuro episodio de lo que sea (me digo). Y es que la escritura, esa tarea solitaria, regada de constancia y autodisciplina, esa que a veces se antoja tan absurda que provoca risa (o pena) y que otras veces, en pleno ataque creativo, se mete en la piel como un asunto de vida o muerte (como imagino que sucede en la mayoría de las artes), se convierte además para los seres caóticos en un combate interno entre el deseo y la resistencia.

Estos días me rondan los poemas, la sensación de tener ganas de decir algo (gritar algo), una especie de rumor (el crujido de un mueble en mitad de la noche) que me acompaña de aparcamiento abarrotado en aparcamiento abarrotado de las playas casi vírgenes; me persigue también en la tranquilidad de una visita (¿un sueño?), al caer la tarde, a las salinas que recuperan en la Reserva La Concepció, en Fornells, y que se sienta a mi lado entre el público, en la gran gala de artes escénicas que organizó Son Circ. Todo, en medio de este simulacro turístico que me he sacado de la manga en pleno mes de agosto. Lo noto, el poema en la punta de la lengua... Y lo aparto de un manotazo, igual que hago con las moscas que se empeñan en probar mi zumo de sandía. Dichosa procrastinación: esto va a cambiar (me digo).

Cuando al fin me siento delante del ordenador, o de un cuaderno en blanco (los compro sin control) me acuerdo de esa lavadora que habría que poner, o se me ocurre preparar un gazpacho o me pregunto qué habrán publicado en Facebook en los últimos veinte minutos. Tal vez alguien pueda inspirarme (me digo): la mecha que necesito, la imagen definitiva. Y entonces me encuentro con la declaración de un alcalde prehistórico de Valladolid, una tal Francisco Javier León de la Riva, al que me dan ganas de meter mi sujetador en la garganta hasta que dimita: pero su bocaza es demasiado grande (tamaño ascensor). Y me apunto al #EscracheDeSujetadores propuesto en Twitter por Ada Colau (for president), por aquello de buscarle las vueltas (al sistema). Y me entero de que la cosa del alcalde (que acumula una ristra de perlas con el patriarcado por bandera) viene al hilo de unas recomendaciones que desde hace una década ofrece (a las mujeres) el Ministerio del Interior de este país de triste figura llamado España para prevenir violaciones. Entre los consejos, «comprar un silbato», o «echar las cortinas al anochecer para evitar miradas indiscretas», como si la víctima fuera la que con su forma de actuar o su indumentaria invitara al abusador a una barra libre o para conseguir atemorizar (más) a las víctimas. Como respuesta brillante (una cosa siempre lleva a la otra) encuentro «10 consejos básicos anti-violación», una traducción de la iniciativa británica «This is not an invitation to rape me», dedicados, en este caso, a los posibles agresores:

1.No pongas drogas en las bebidas de las mujeres.

2.Si ves a una mujer caminando sola por la calle, déjala tranquila.

3.Si te detienes para ayudar a una mujer cuyo automóvil se ha averiado, recuerda no violarla.

4.Si estás en un ascensor y una mujer entra, no la violes.

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5.Nunca te cueles en casa de una mujer por una ventana o puerta sin pestillo. No la asaltes en el aparcamiento, ni la violes.

6.¡Pide ayuda a tus amigos! Si eres incapaz de abstenerte de agredir personas, pide a un amigo que te acompañe cuando estés en lugares públicos.

7.No lo olvides: no es sexo si lo haces con alguien dormido o inconsciente: ¡es violación!

8.Lleva contigo un silbato si te preocupa que puedas atacar a alguien «por accidente», puedes entregárselo a la persona con la que estés para que pida ayuda.

9.No lo olvides: la honestidad es la mejor política. Si tienes la intención de tener sexo con tu cita independientemente de lo que ella quiera, dile directamente que existe una gran probabilidad de que la violes. Si no comunicas tus intenciones, ella podría tomarlo como una señal de que no planeas violarla e, inadvertidamente, sentirse a salvo.

10.No violes.

Nada, que me he enredado con este asunto y ni un verso: mucho menos un poema. Eso sí, a partir de mañana, esto (y con suerte, también lo de los alcaldes medievales en el poder) va a cambiar.

eltallerdelosescritores@gmail.com