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Se acaba Agosto. Joan le llama a este mes agobiosto. Joan trabaja en un chiringuito de playa. Joan curra once horas al día siete días a la semana pero sus amigos le dicen que tiene mucha suerte porque solo trabaja seis meses al año. Joan esta blanco como la leche y por momentos le está saliendo una mala baba que no se la acaba. Joan fantasea con su icono de juventud Bruce Lee. Joan quiere ser agua, «Be water». Joan sufre de insomnio y da largos paseos por la playa de Son Bou. Joan tropezó con algo la noche de superluna llena que le hizo sangrar el dedo gordo del pie. Joan se ha encontrado una pistola.

Joan se pregunta muchas veces qué mierda es esa de la promoción turística de la Isla. Él lleva toda su vida en hostelería y sabe que mucho del personal que trabaja en el llamado sector servicios está más que explotado, hay honrosas excepciones.

Joan piensa que es contradictorio vender una isla azul, bella y amable y que a las personas que tienen el trato directo con los turistas las exploten hasta decir basta. Quieren esclavitos sirviendo a señoritos para enriquecer tiranitos, todo en diminutivo pero todo muy pérfido.

Joan está muy cansado, le duelen los huesos, le dan calambres en las manos ¡maldito túnel metacarpiano!, tiene migrañas, se siente humillado vitalmente, incapaz de romper ese círculo infernal de sudor y explotación porque la antigua hipoteca, la expareja y los niños aprietan mucho, a Joan le pesa la vida.

Joan vio que un famoso cantante actuaba en Maó y se compró una entrada, pagó sus treinta euros religiosamente y se fue para el campo de fútbol sin pensar, sin meditar, sin mirar a los lados, con la vista fija en sus pies y su mente centrada en la única idea que le absorbía. Joan visualiza una y otra vez la escena final de la película Karate a muerte en Bangkok y se toca la nariz en un intento de imitar a su protagonista, el gesto le queda patético.

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Joan se colocó, tras luchar con un enjambre de adolescentes en pleno brote de histeria colectiva con la cara llena de babas y mocos a base de pucheros y desmayos colectivos, en primera fila, muy cerca del escenario.

Cuando ya había sonado media docena de canciones Joan se armó de valor, sacó la pistola de su bolsillo derecho y empuñándola con firmeza amedrentó a los de seguridad y subió al escenario. Al principio ni los músicos ni el cantante se percataron de que Joan lleva una pistola, pensaron que era un fan exaltado más, aunque algo talludito. Incluso gran parte del público aplaudía como si aquello formara parte del espectáculo.

El silencio se hizo, después de unos cuantos gritos de histeria, cuando Joan disparó varias veces al aire. Se acercó al micrófono con paso firme, lo cogió con rabia y gritó «¡Justicia!, ¡Justicia!, ¡Justicia!». Después abrazo al cantante y le pidió disculpas: «Siento joderte el concierto Bustamante, perdóname». «No soy Bustamante, soy Bisbal», dijo el cantante. «Créeme, eso a mí me da igual» sentenció Joan. Soltó la pistola y levantado los brazos se tiro bocabajo en el suelo del escenario, cansado, agotado, derrotado.

La policía le redujo en unos segundos y lo trasladaron a comisaria. Joan es un buen hombre, un currante, un tipo normal, para lo bueno y para lo malo, que una noche de insomnio paseando por la playa se encontró una pistola. Cada cual que emita su veredicto, queridos lectores, pero yo creo que no faltan buenos hombres, sencillamente sobran pistolas. Ya se acaba el verano.

conderechoareplicamenorca@gmail.com