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Una embajada es una fracción de España en un país extranjero donde un señor con corbatín soluciona equívocos mayores mientras otros con corbata resuelven los menores. Se encuentran también en nómina un agregado militar y otro comercial y poco más. La planta superior suele reservarse para las visitas de los mandatarios.

Sería en verdad más provechoso que en esta planta superior -¡en trescientos países¡- funcionaran veinte ordenadores, ocupados por veinte agregados comerciales, atareados, sudorosos, currando como los periodistas del «Washington Post», sino en busca de una noticia, en busca de comercializar los productos españoles, actuando como agentes en algunos casos o en otros dirigiendo a subagentes autóctonos infiltrados desde siempre en la maraña comercial del país.

Estos agregados deberían prepararse en una Universidad específica –obviamente inexistente-, especializándose cada uno de ellos en una clase de industria –textil, metalurgia, agricultura, calzado, etc.- y en el país donde va a recalar, instruyéndose en sus costumbres, su cultura y su idioma a fin de conectar con celeridad nada más poner los pies en él.

Fíjense que solo en Corea del Sur, por ejemplo, hay cincuenta millones de personas, de las cuales, al menos doscientas mil tienen un poder adquisitivo capaz, incluso, de agotar la producción del ex-exclusivo calzado menorquín.

Solo hay que venderlo...

Un industrial no puede sin embargo introducirse en un país extranjero –en este caso además lejano- por el simple hecho de concurrir a una feria. Son innumerables las dificultades que condicionan las relaciones comerciales con otros países y más cuando en las últimas décadas se ha declarado una guerra comercial encarnizada en todo el mundo. Difícilmente un francotirador puede vencerla -por ello mi admiración a estos pocos fabricantes menorquines que de momento lo consiguen. Solo puede salir triunfante un ejército inteligente, con armas eficaces,...con respaldo estatal.

González, Aznar y Zapatero (¿zapatero?) nunca se enteraron de lo que valía un peine, porque nunca lo fabricaron y tampoco lo vendieron. Ellos eran estudiantes capaces de escalar las cumbres más altas, pero incapaces de coger dos bueyes y un arado y sembrar un campo de: trigo, bisutería o calzado.

Las dificultades que podría ocasionar la organización de este entramado son sin duda superables.

Les puedo asegurar que en más de un país, de una manera o de otra, es una realidad esta utopía.

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