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El valor de la serenidad nos hace mantener un estado de ánimo apacible y sosegado aún en las circunstancias más adversas, esto es, sin exaltarse o deprimirse, encontrando soluciones a través de una reflexión detenida y cuidadosa, sin engrandecer o minimizar los problemas.

Cuando las dificultades nos aquejan, fácilmente podemos caer en la desesperación, sentirnos tristes, irritables, desganados y muchas veces en un callejón sin salida. A simple vista el valor de la serenidad podría dejarse sólo para las personas que tienen pocos problemas. En realidad todos los tenemos, la diferencia radica en la manera de afrontarlos.

Con el fin de conocer mejor la importancia de la serenidad, primero debemos hacer conciencia de algunas realidades que nos impiden lograr desarrollar este valor con eficacia:
Toda dificultad se ve más difícil y más grave que las anteriores (máxime si en el momento se agrega a otras que ya tenemos).

Nos empeñamos en encontrar la solución casi de manera simultánea al surgimiento del problema, algunas veces se da, pero no siempre.

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Por lo general toda situación requiere un consejo o un análisis profundo y detenido.

En estado de tensión, por nuestra mente pasamos y repasamos las mismas palabras, las mismas opciones y los mismos pensamientos sin llegar a nada y aumentando nuestra ansiedad, perdiendo tiempo, energía y buen humor.
Usualmente reaccionamos y actuamos por impulsos, privando a nuestra inteligencia de la oportunidad de conocer y dilucidar todas las aristas del problema.

Revisemos unas ideas básicas para generar serenidad en nuestro interior:

Evitar «encerrarse» en sí mismo: Encontramos mejores soluciones cuando buscamos el apoyo y el consejo de aquellas personas que gozan de nuestra confianza (los padres, un buen amigo, algún director espiritual, un profesor, etc.) , porque sabemos de antemano que su opinión estará siempre de acuerdo a la razón, la verdad y la justicia.
Concentrarse en una labor o actividad: Parece contradictorio pensar en mantener la atención rodeados de tanta tensión y preocupación, pero es posible salir de ese estado encaminando nuestros esfuerzos a realizar nuestras labores con la mayor perfección posible. Lo que necesitamos es liberar nuestra mente, salir del círculo vicioso y estar en condiciones de analizar las cosas con calma. No existe mejor distracción que el propio trabajo y la actividad productiva.

Gozar de la alegría ajena: Normalmente las personas que nos rodean se percatan de nuestro estado de ánimo. ¿Por qué volvernos  agresivos? Los hijos, el cónyuge, los compañeros de trabajo no tienen la culpa, tampoco son insensibles a nuestro sentir, simplemente intentan hacernos pasar un momento agradable, no debemos alejarlos, ni rechazar estas pequeñas luces que iluminan nuestro día. Escucha las anécdotas, sonríe, ayuda a tus hijos a hacer la tarea... ¡Aprovéchalos!