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La juventud tiene fecha de caducidad como el DNI, pero no admite renovación. En algunas personas suele expirar antes que en otras, depende casi siempre de la reiteración de sus actos. Las vivencias, una tras otra, lenta o rápidamente, la van apartando a un lado. Cuando uno ha experimentado en todas las facetas el número de veces necesario -otorgándole el rango de experto-, la juventud, la ilusión, se disuelve finalmente entre las sombras de la edad.

La diferencia entre Juan -el personaje de mi libro «La crisis de los 50»- y yo se centra sobre todo en nuestras respectivas edades. Mis 27 años me permitieron el intento de dar la vuelta al mundo, a la aventura, sin dinero, con impulsos frescos, descabezados, iluminados por la luz de la juventud. Los 39 de Juan le confieren otros, distintos, más concienciados, aparentemente en la penumbra de la madurez, y es que en el transcurso de la novela advierte que se ha vuelto perezoso para las salidas mundanas; que algunas reuniones ya no tienen el brillo de antes; que personas interesantes le parecen ahora triviales; que últimamente es propenso a reflexiones sobre argumentos morales sin venir a cuento; en resumen, que su interés por el mundo que está visitando ha ido a menos y la curiosidad por el suyo, interior, a más.

-Será que me he vuelto viejo y empiezo a chochear- bromeó en una ocasión.

Cree haber caído más bien en una depresión existencialista.

Se ha producido, a su modo de ver, una divergencia entre afuera y adentro, entre el mundo y él. La alteración de sus sueños, como por arte de magia, lo confirma. Nunca había avanzado, además, indolentemente, sin rumbo. En fin, tiene la vaga impresión de que el abandono del trabajo y la vuelta al mundo son un amaño para marcar uno nuevo, con ilusiones.

Empleando como tramoya una aventura atractiva, he incrustado en el libro las sensaciones contrapuestas que inevitablemente siente una persona cuando abandona la juventud y entra en la senectud; etapa sin duda complicada, distinta a todas las demás; yuxtaposición de dos épocas irreconciliables, tanto como pueden serlo la ignorancia y la experiencia o bien el cuerpo y el espíritu, una vez enfrentados.

Debo añadir que no concuerdan los 40 años de Juan con la entrada en zona añeja, que se calcula más bien sobre los 50. Se preguntarán, entonces, seguramente, ustedes, cual es la causa de estos achaques seniles,...si le falta más de una década.

El misterio se lo aclara un anciano al finalizar la historia.

Lo resumiré el martes próximo.

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