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El sueño ha terminado: la Editorial Moll ha cerrado sus puertas. No sé lo que queda después de 80 años de actividad; supongo que un montón de libros, y un montón de recuerdos. Te quiero un montón, dicen ahora los niños; o te quiero mogollón. La lengua, y la lectura se han empequeñecido lo suficiente como para dar al traste con el sueño de Francesc de Borja Moll, el filólogo, el hombre del diccionario Alcover-Moll. Dicen que ahora las nuevas editoriales proliferan, pero no creo que muchas vayan a durar 80 años. A lo mejor 80 días, que es más o menos lo que debe de durar una novedad editorial en el escaparate. Algunos editores se empeñan en realizar grandes lanzamientos de títulos que no todos leen, pero que compran; no creo que esto sea un buen negocio en un país hasta ayer analfabeto como el nuestro. Hoy mismo, si bajo a la calle, alguien me dirá aquello de que no lee en catalán porque no se lo enseñaron. La editorial Moll lo intentó con libros de calidad desde sus difíciles inicios. Debe de haber sido una larga agonía, porque ya se sabe que de insensatez es el colmo y que como lo paga el vulgo es justo hablarle en necio para darle gusto.

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Hubo un tiempo en que la editorial Moll estaba ubicada en un viejo caserón de la calle Torre del Amor. Amor, amor es dura la sentencia. En mi memoria aun puedo entrar en su oscuro zaguán, todavía puedo ver a Josep Maria Llompart sentado frente a una Olivetti gris con un diccionario de Pompeu Fabra de tapas rojas sobre la mesilla igualmente gris. Lleva gafas de cerquillo metálico y tiene una sonrisa tímida, pero socarrona, inteligente. Parapetado detrás de un montón de libros esparcidos en desorden sobre su escritorio aparece Francesc de Borja Moll, con un par de promontorios de cabello algodonoso a cada lado de la frente. Son las alas del hombre viejo que nunca desfallecía. Lo acababan de hacer doctor honoris causa por la universidad de Basilea, y él decía laboris causa.

Su risa era más estentórea que la de Llompart, pero tampoco demasiado. En un armario mitificado tenía las calaixeres con todas las fichas del diccionario. Era un armario morrocotudo que hoy cabría en un pen-drive con poca memoria. Es el signo de los tiempos: renovarse o morir. Moll murió hablando tropecientas lenguas; Llompart murió pronunciando versos en silencio. Deben de estar vagando por las sombras del viejo caserón donde a lo mejor queda un rastro de la fe, de la fidelidad que pusieron en nuestra lengua y en la obra bien hecha.