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Se está acabando el año, y el mes que iniciamos diciembre representa un buen momento para hacer examen de conciencia y entrar al nuevo año, renovado, con energías. Por eso creo que en diciembre, además de acercarnos las Navidades, de reunirnos con nuestras familias, hay que saber perdonar. Ser buenos con uno mismo, además de con con el prójimo, y digo bien ya que es por donde se empieza. Construir desde los cimientos, vestirse por los pies. Así, perdonándose y queriéndose uno, con su yo, con su persona, con su sombra. Solo así se puede perdonar a los demás. La actualidad nos ofrece montones de ejemoplos. El de aquel político que metió la mano en la caja pública. Ser consciente de que se tiene que perdonar a sí mismo por avaricia, por ambición. Tras el perdón viene la reflexión: preguntarse qué fue lo que le llevó a hacer lo que hizo. Qué le cegó. Llámese político, mujer de político, duques, folclóricas...

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A veces una tiene la percepción de que se van a la cárcel estas personas pensando que son las víctimas y que los verdugos, los malos de la película son los jueces, la sociedad. Y ni mucho menos. Creo que estas personas tienen la oportunidad, dentro de esas celdas con barrotes, de imaginarse que están ahí como un retiro espiritual, que se han alejado de la vida pública para remendar sus pecados y poderse perdonar, para después salir y disculparse ante la sociedad por haber malversado su dinero. Perdonar al juez que te encerró porque se debía a la ley. Lo mismo pasaría en una situación más de andar por casa. Con tu vecino, con un familiar, con un amigo o conocido.

Hay que perdonarse primero a uno mismo para después poder reconciliarte con el mundo que tú creías que estaba enfadado contigo. A veces es más fácil ponerse en la posición de víctima, o subirse al caballo llamado Orgullo que verbalizar el perdón ya sea con palabras, con acciones, con actos. Porque si uno no tiene la humildad de afrontar ese paso difícilmente se verá feliz, contento, alegre. Y si ya la otra persona no admite ese perdón es problema suyo. Está comprobado que las personas que se castigan de esa manera se les agria el corazón reflejándose en el rostro, en el alma. Aparecen arrugas más pronto, se afean, envejecen a la carrera. Porque no alimentan su ser de buenas intenciones, se piensan que los demás son los que tienen la culpa y no uno mismo. Por eso diciembre en un mes perfecto para renovarse. Y así poder empezar el 2015 con todos los honores que merece un papel en blanco: empezar a escribir tu vida sin torcer renglones.