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Cuando hube terminado mi libro «La crisis de los 50» lo consigné a numerosas editoriales. En verdad a todas las que editan novela o que en su catálogo cabe la narrativa. Creo que eran veintitrés. En Google se encuentran en un santiamén. ¿Mucho trabajo expedirlo? Por Internet, pulsar un botón. Nada más. No es como antes: fotocopias, encuadernación, sellos y finalmente correos, además de los consabidos gastos. Únicamente ignoré a las cuatro editoriales renombradas por exigir todavía el envío físico del manuscrito además de una larga espera para la evaluación: alrededor de seis meses.
Si dijera que tuve varias ofertas no les estaría mintiendo. Me había decidido por Ediciones Erasmus mientras esperaba una respuesta de la editorial Lengua de Trapo -mejor editorial española 2012-, que tenía el libro sobre la mesa tras haber pasado todos los filtros con buena nota, en espera de la reunión final entre sus dirigentes para su publicación. Me interesaba esta editorial por ser su catálogo exclusivamente de novelas mientras Ediciones Erasmus trata más bien obras de pensamiento, de hecho sus colecciones se titulan clásicos del pensamiento y pensamientos del presente.

Había hecho buenas migas durante la espera con su director Fernando Varela. Manteníamos conversaciones telefónicas e intercambiábamos correos sobre literatura, política y economía hasta que un día me soltó:

- «Florencio, no la vamos a publicar, no la vemos en nuestro catálogo».

Cada editorial tiene su propia línea. Las hay dedicadas al género negro, otras al de evasión o como Erasmus al del pensamiento. Y en verdad yo temía que la vetaran, como así sucedió, por centrarse su colección más bien en novelas ligeras, literarias, no en historias sustanciales, con mensajes escatológicos como la mía.

- «Pero, Fernando –observé, tratando de convencerlo-, es como si yo desechara unos modelos de calzado de señora -pues de zapatos era mi empresa-, comerciales, con proyección, por no adecuarse con nuestra línea... Sin duda, de todos modos, los compraría».

- «Florencio, siguiendo con tu símil –respondió- te diré que el tuyo no es un zapato de señora, sino de caballero».

- «Precioso lo que acabas de decir y cierto», balbuceé, impresionado por su réplica.

Al terminar mi segunda novela «El abuelo de Hawaii», de próxima aparición, se la expedí por e-mail con un estribillo:

«Fernando, te mando otro zapato de caballero. Saludos».

florenciohdez@hotmail.com