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Tenemos la necesidad de agilizarnos la comunicación y la vida poniéndole nombre a cosas que hasta ahora disfrutaban de una existencia pacífica sin bautizo, sin molestar a nadie y que ahora se les ha impuesto un sustantivo que, en teoría los define. Esta habilidad mosquea a más de uno porque además al nombre le acompaña un significado o una moda que lo complica todo. Por ejemplo, si mi amigo Marc lleva años dejándose barba ahora resulta que es un hipster, o alguien que solía salir a correr un rato para desestresarse, sin saberlo, ha evolucionado metafísicamente como si fuera un Pokemon en algo llamado runner.

Pertenecemos a la generación de lo inmediato. Queremos las cosas aquí, ahora y sin enredos. Por ello disfrutamos con afición de ir bautizando cosas a diestro y siniestro como si fuéramos académicos de la lengua. Si una chica baila de una forma descarada, rítmica, íntima y muy pegada a su pareja -de baile o no- decimos que perrea. Además lo soltamos con tonito, exagerando las erres. Si un hombre opta por cuidarse mínimamente lo tachamos de metrosexual, porque queda más chulo, eficiente y rápido referirte a esa persona así que alabar la facilidad y la dedicación que tiene para untarse con los mejores mejunjes del mercado.

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Vamos por el mundo con prisa y lo pagamos con el lenguaje. Nos enfundamos el turbante y nos transformamos en una especie de talibanes comunicativos. Empzmos cn ls SMS abrevind l q qeriams dcir cmo si ns cobrasn x letra usada. Ahora castigamos al castellano introduciendo palabras que no tienen significado y gracias a internet y al famoso de turno que las utiliza impulsamos una campaña que acaba convenciendo y casi obligando hasta a los académicos de la Real Academia de la Lengua Española para que prostituyan al lenguaje por clamor popular.

Porque ahora se tuitea, se googlea, nos enganchamos de una forma casi drogadicta a algo que se llama wifi, a uno le llamamos fistro, a otro cuqui y al tercero, como no lo entendemos, le tildamos de friki. Atentamos sin ton ni son contra el lenguaje con una impunidad insultante y amparados por el clamor social de una moda más o menos pasajera. ¡Wikiii!

Aprovechando la creatividad que florece en el españolito medio cuando se adjudica un par de lingotazos confío en que el tema del lenguaje no se nos desmadre todavía más durante estas fiestas en las que vamos de comilona en comilona, brindando por esto, aquello y todo lo demás. Podríamos causar un palabricidio. Ups. Si ya te lo decía, amigo lector, le ponemos nombre a todo.