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Pues menos mal que al final lo de la gran nevada con 100 por 100 de posibilidades haya quedado en un gatillazo. Más que nada porque ni la Isla, ni los isleños, no estamos acostumbrados a flirtear con el Apocalipsis que parecía que iba a desembarcar en Menorca. Somos más de tontear con los castillos de arena al sol que de liarnos a montar muñecos de nieve a la sombra. Pero cada año pasa lo mismo, hay dos semanas en febrero en que vivimos ilusionados y expectantes con la posibilidad de que la nieve tamice todo el suelo conocido. Dos semanas en las que cualquier copito que caiga será aniquilado repentinamente por los escépticos veteranos de la sala: «Això no és res! S'any de sa neu si que en va caure...». Y los que hemos ido llegando a posteriori y nos vamos encontrando con los pixarrís que se han ido dando esporádicamente tenemos que contentarnos con lo que hay mientras cruzamos los dedos para que este febrero sea el que supere s'any de sa neu y se lo echemos en cara a los otros.

Pero no va a nevar, no como en el 56. Por mucho que estemos machacando la capa de ozono con los desodorantes de destrucción masiva de un euro y que el cambio climático, dicen, se esté volviendo turureta, la nieve no viene a Menorca ni de vacaciones. Ni para huir de la calor. Ni para desconectar, osea, de los pijos de Baqueira Beret. Ya podemos declararle la guerra santa a la capa de ozono que aquí no nieva ni cuando le sobra algo a los mallorquines.

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Entiendo que la decepción sea mayúscula y esdrújula, pero debemos hacernos a la idea de que aquí lo que se lleva es el turismo de sol y playa y que si algún día nos pilla esa nieve que tanto ansiamos, conociéndonos como nos conozco, refunfuñaremos porque hace mucho frío, porque la Isla no está preparada y no nos gusta eso de que nos cierren las carreteras. Pero hay que reconocer que cuando nieva, o está a punto, la cara que se nos pone es similar a la de la foto que acompaña este artículo. Y no me negarás que hacemos mucha gracia.

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