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Recientemente una sentencia condenatoria contra un profesional de la sanidad menorquina ha generado controversia. Un fallo nunca puede contentar a todos, la justicia la imparten personas, y contra eso solo existe la posibilidad de acatar y de agotar las vías, es decir, de recurrir, si hay opción, la decisión de los jueces .

El caso me ha causado más sorpresa por la virulenta reacción que ha generado, especialmente en la edición digital de este periódico. Es lo que tiene internet, da la posibilidad de ofrecer información e inmediatamente obtener una reacción de los lectores. Pero en la red, y muchas veces gracias al anonimato, parece que prima la respuesta emocional y la sensación de que, parapetados tras un ordenador, se puede decir de todo.

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Solo así lograría explicarme que, al margen de estar de acuerdo o no con un fallo judicial, se intente culpabilizar a la víctima, o que incluso en algunos comentarios se anime a identificarla y amedrentarla. Especialmente cuando se trata de una mujer, se recurre a buscar en su vida, en su comportamiento o en su curriculum sentimental, algo que justifique lo sucedido.

Da pena pensar que tras esa visceralidad y esa pasión con la que algunas personas han reaccionado se esconda un sexismo que creíamos superado. Aquello de que, cuando años atrás se juzgaba un caso de violación acto seguido aparecía el asunto del escote y la minifalda, el caminar a horas intempestivas y sola por la calle, o la provocación que justificaba lo injustificable, el 'algo habrá hecho' cuando existía violencia doméstica, y aquello de que, aunque una mujer dijera que no, en realidad lo que quería decir era 'sí'.

Al margen de que se esté de acuerdo o se discrepe con la justicia, conviene recordar que un tribunal ha juzgado y considerado los hechos constitutivos de un delito, y por eso los condena. Nos hemos dotado de unas leyes y nadie puede estar por encima de ellas.