TW

Me gustó lo de Panizza que es como firma el pintor Biel Mulet, quien actualmente expone en la galería Lluc Fluxà de Palma de Mallorca una muestra titulada «Orígenes». Panizza es el apellido materno del pintor, y aparte de que tiene un encantador eco italiano me recuerda el nombre de aquel famoso lanzador de penaltis llamado Panenka, que los tiraba suavecito pero directo a la red, engañando al pobre portero. Suave que me estás matando. Pero las pinturas de Panizza no son en modo alguno suaves, tienen su buena carga de violencia, originalidad y sinceridad, que son siempre ingredientes de buenas obras de arte. Los colores, casi primarios, son cuando menos impetuosos y vehementes; las formas, simplificadas y desfiguradas, nos hablan de una visión interior cargada de fuerza y nada amable por cierto, contrastando con la personalidad afabilísima del autor. El propio Panizza hace referencia a sus fuentes, remontándose a los orígenes de la pintura en las cuevas rupestres, algo que se puede ver perfectamente en las figuras rechonchas de algunas de sus realizaciones, que aunque no lleven título nos remiten directamente a la Venus de las Rocas o de Willendorf y al motivo de la maternidad prehistórica.

Noticias relacionadas

El fenómeno del arte en nuestros días no deja de ser desorientador. Hoy conviven todos los estilos, todas las escuelas. Una vez Jaume Vidal Alcover me dijo que los pintores modernos pintaban raro por culpa de Picasso, que por cierto también había bebido directamente en la fuente del arte rupestre. Debía de tener su parte de razón. Picasso, Miró y los surrealistas, entre ellos Dalí, destruyeron la concepción clásica del arte, y a lo mejor ahora sería bueno reconstruirla. Por otro lado está lo de la especulación. Ken Follet, en «El escándalo Modigliani», escribió un best-seller a partir de la idea de que las galerías a menudo apuestan sobre seguro; pueden llegar a pagar millones por un Modigliani y hacer pagar alquiler a un buen pintor de los que empiezan, o decirle, simplemente: «Vuelve dentro de 20 años». Luego está lo de Van Gogh, que solo vendió un cuadro en vida y luego se convirtió en uno de los artistas más influyentes del siglo XX. La vida es a menudo desagradecida. Leí una vez la novela de Jakob Wassermann, «El hombrecillo de los gansos» en la que un pintor invierte su vida en el intento de triunfar en el arte sin llegar a conseguirlo. Para que nunca vuelva a pasar lo mismo, sería bueno volver los ojos hacia verdaderas obras de arte como éstas.