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En las páginas de «El comité de la noche», la última novela de Belén Gopegui, se cuela (o sirve de sostén) una canción titulada «Candil de nieve», escrita por Raúl Torres y cantada voz a voz, según YouTube, con Pablo Milanés. Este oxímoron de fuego frío, que le sirve para explicarse a una de las protagonistas de esta estupenda historia de la crisis (de valores), llegó también en la mochila que trajo la escritora en su visita a Menorca, gracias a Mariona Fernández y sus Talleres islados (gracias, gracias). Quedó su Jornada Particular eclipsada por unas elecciones municipales y autonómicas que siguen dando coletazos como focas fuera del agua y no tuvo espacio en ninguna de estas citas a ciegas (y casi en ningún medio: una pena). Pero, me digo, no se perderá el hilo de estas charlas en ningún laberinto circular y me lleva ese pensamiento, sin poderlo evitar, a las absurdas macrorrotondas de Menorca y sonrío porque (por suerte) aún no se han empezado a construir algunas de ellas y porque ahora (por votos) parece ser que se impedirán para repensar (sin perder nada, ganando isla) un camino que a esta Reserva de la Biosfera le estaba haciendo sangrar. Estábamos a tiempo, e incluso lo estamos aún para que los mamotretos que ya existen (y ya duelen) tengan otro destino y que ese dinero público se pueda emplear para mejorar la carretera sin atentados paisajísticos.

Vuelvo al candil y la autora, sospecho, me perdonará el inciso. Reutiliza en su novela Gopegui —activista literaria, militante de cabello blanco con boina y sonrisa franca—, ese candil para hablar de lo que sí se puede decir (aunque quizás por eso apenas prenda): «Candil de nieve, intuyes qué puede ser, lo percibes aunque la silueta no está completamente nítida. Es entonces cuando averiguas que algunos objetos para ser vistos requieren de tu colaboración, y empiezas a darte cuenta de que lo que nos pasa no está separado de lo que pasa, ni viceversa. Candil de nieve, alguien lo escribió para una muchacha que sufría por amores contrariados. Cinco sílabas, una contradicción, una melodía: voces que al cantar esa letra han invocado el amor que perdieron o el que desean o su propia confusión, y aun el amor que ya tienen. Pero no, no es solo eso: 'De las malas colisiones no te puedes escapar, candil de nieve'. Además del origen directo de la canción hay un lugar común donde convergemos al pronunciar esas palabras: lo que nos falta, al mismo tiempo igual y diferente para cada uno, para cada una. Ahora que todo se puede decir, ahora que ya nombramos: capitalismo, destrucción de los derechos, patriarcado, explotación, trampas del romanticismo, límites, decrecimiento y hasta lucha de clases: candil de nieve».

Se puede decir mucho más. Ella dijo más ante el público de su charla a media luz en la biblioteca pública de Sant Lluís (la poca importancia que le da ella al yo si no está incluido en un todo), y después dijo más, en otro comité, ante las personas que tuvimos la suerte de estar en ese taller sobre la voz narrativa, expectantes ante esta pregunta: ¿quién nos cuenta las historias? El narrador dominante masculino e incuestionable (siempre y cuando no sea el narrador un personaje de la propia historia, en cuyo caso sí varía de género para cada ocasión), ha dado un paso atrás: se ha abierto una puerta interrogante después del viaje de Gopegui, porque ¿y si esa voz que nos cuenta las historias no fuese por definición un varón? ¿Y si las narraran también (que no solo) las mujeres? ¿Y quién es la dueña o el propietario de esa voz? ¿Cuál es su sueldo? ¿Por qué cuenta lo que cuenta? Y la última (y quizás la más importante): ¿quién es el destinatario? Ella dio algunas respuestas que aquí mezclo; ideas tomadas al vuelo, con mano izquierda, sin la conciencia periodística de quién interroga en busca de productos (o rellenos), sino con el oído de quien escucha y por tanto, sin esa devoción por la literalidad (me ahorro las comillas porque aquí serían casi infieles):

Somos gotas y somos al mismo tiempo lluvia.

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Ensayar la descripción es como practicar piano: se han de elegir las palabras, ser consciente de ellas, evitar esos tópicos en los que desaparece el narrador o la narradora y entra el autor perezoso.

Tienes que querer al contar que alguien no se olvide de algo.

Escribir es contar para contar otra cosa.

Y así, después de repensar a Belén Gopegui y esos dos días de calma narrativa es cómo le entran a una ganas de escribir cualquier cosa, pero también de conspirar, de organizarse, de dar un salto inmortal: candil de nieve.

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