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Hace meses que aconsejaba desde estas mismas páginas que el señor Rajoy y su equipo debía de acelerar cuanto antes una remodelación del Gobierno, lo que se ha dado en llamar «hacer una crisis». Y lo decía yo porque es difícil y arriesgado llegar a unas elecciones generales con la mitad del gobierno más quemado que la pipa de un indio y la otra mitad extenuado con todo lo que podrían decir como mensaje estimulante, completamente amortizado por cansinamente reiterativo. Todas las virtudes las han desvirtuado por un uso exagerado y ante la ciudadanía dudosamente veraz. El anhelado milagro económico que no le llega al ciudadano con la nitidez que sí le llegó la crisis que la ha visto tangible y verdadera en sus propias carnes, sobre todo cuando al final de mes no se cobra, sobre todo también cuando se descubre que se acaba antes la comida que el hambre. Poco trabajo, inestable y cuando no, mal pagado, Trabajadores de 500 o 600 euros mensuales que cobran algunos. Aparte de todo eso, el día 24 de mayo miles de trabajadores entre políticos y asesores del PP han ido a parar a las plurales listas del INEM y además entre ellos hay presidentes autonómicos que viendo lo visto, han anunciado que se van (a la fuerza ahorcan), para los que el partido, supongo, que habrá pensado en ir buscándoles donde los puede colocar, que sigan pisando moqueta. Siempre habrá un despacho en aquella empresa donde uno/a ha procurado hacer buenos amigos. 

Lo malo es llegar a unas elecciones generales con un partido y un gobierno que vienen de perder las últimas tres veces que han pasado por las urnas. Poco tiempo para ofrecer un recambio atractivo y encima con un mes de agosto inane. El otro día me decía un político del PP bien situado, que adelantar ahora las elecciones generales sería tanto como tener la derrota garantizada. Le dije yo: tal que hacerse un haraquiri ante el mismo ritual de las urnas. Y me contestó: talmente.

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Solo una notable falta de capacidad, una falta de cintura política a la hora obligada de los pactos a los que exigen las elecciones del 24, podría dar al PP una bocanada de aire que buena falta le hace, para esas elecciones que no tiene precisamente ganadas, como cabría pensar en un partido en cuya última legislatura ha gozado del máximo poder que haya tenido nunca un partido político en España.

El PSOE tampoco está para tirar cohetes. Ir perdiendo puntos estando en la oposición es un síntoma en política de una enfermedad perniciosa.

Decía la moderada y creíble Luisa Fernanda Rudí hace unos días a raíz del último batacazo en las urnas, que tendrá que dejar la secretaría general del PP en Aragón y añadía: «La marca del partido causa ahora rechazo». Pues tiene usted razón señora. Dese cuenta que el drama de la crisis, de la dura y larga crisis, la ha hecho recaer su gobierno sobre los bolsillos de los trabajadores y eso no es todo lo malo ni lo injusto porque es que, además, obscenamente, mientras sucedían estas cosas, otros se dedicaban a la más descarada corrupción, llenándose los bolsillos, aparte de salir su gobierno salpicado por una más que dudosa financiación que si la ley del embudo lo veía legal, la más elemental dignidad señala esas cosas como inaceptables y no sirve hacer valer lo de los vacío legales.