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Algo debemos estar haciendo mal, como especie, digo. No puede ser que llevemos cientos de miles de años evolucionando, ajustando tamaño cerebro al espacio que tenemos sin que mengüe nuestra capacidad mientras otros animales nos vacilen soberanamente y casi se rían de nuestra cara. Podría apuntar a muchos culpables pero en este caso la mirilla se centra en las medusas. Esa suerte de animal que surca el mar a la deriva sin saber muy bien a dónde va ni de dónde viene. Esa astuta máquina de irritar a la que le trae sin cuidado que su vital viaje de cientos de kilómetros en esa misión secreta que solo ellas conocen acabe súbitamente en la arena de alguna playa.

El ser humano ha tardado un buen puñado de años en adaptar sus extremidades y sus habilidades para ir sobreviviendo con más pena que gloria, renunciando a cosas que no utilizaba por otras que les hacen mucho mejor, según parece. Ya no podemos colgarnos con los pies de una rama como pueden hacer nuestros primos los monos, pero podemos correr 100 kilómetros del tirón o hemos inventado algo para recorrerlos sin cansarnos.

Hemos enviado a nuestros semejantes al espacio, hemos descubierto curas contra enfermedades que hasta no hace tanto eran mortales, hemos inventado otras enfermedades para las que todavía no tenemos remedio, somos capaces de inventar un avión y hacerlo volar, de levantar edificios tan altos que se funden con el cielo, de hacer teléfonos cada vez más inteligentes y más pequeños –bueno ahora en realidad cada vez más grandes-, hasta le hemos puesto bluetooth al microondas. Somos la repera. Hemos trepado en la cima alimenticia cargándonos a cualquier animal que osara hacernos sombra hasta convertirnos en nuestros propios depredadores.

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Somos buenísimos, podemos ver de qué está hecha la partícula más pequeña y capaces de simular el Big Bang. Somos genios que inventaron y luego descifraron las matemáticas para posteriormente darnos cuenta que rigen todo lo que nos rodea. Somos tan chachipirulis que a ratos nos creemos el ser más inteligente del planeta.

Con permiso de las medusas, claro. Esta especie de animal hecho a base de agua y mala baba no tiene cerebro y ha dominado los océanos a sus anchas sin que nadie les tosa. Estoy convencido, y los de la teoría conspiradora estarán conmigo, de que forman parte de un gran plan. Un plan para dominar el mundo y exterminarnos. Porque los humanos en nuestra infinita astucia e inteligencia no dejamos de ser cazurros. Tan tontos que llegamos a una playa en la que nos avisan de que hay medusas y nos metemos igual, convencidos de que no nos van a picar. Hasta que lo hacen. Es entonces cuanto tantos años de evolución se tambalean frágilmente vencidos por una especie de babosa sin cerebro. Y nuestra inteligencia queda en evidencia.

dgelabertpetrus@gmail.com