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Todos dicen que los niños de ahora son muy felices, porque tienen todo lo que quieren. Para empezar tienen una época de paz y abundancia. Pero nos olvidamos de los niños de los territorios en guerra, los mutilados, los que tienen que sobrevivir sin alimentos, los que no tienen agua, los que se quedan huérfanos de la noche a la mañana… Los niños saharauis se encuentran con un lujo asiático al llegar a nuestras tierras: simplemente levantan la tapa del grifo y sale agua. Eso es pura magia para ellos, acostumbrados a dar de beber a las cabras el agua de lavar los platos. Sueñan con ser millonarios dándole patadas a un balón, o convirtiéndose en modelos de alto standing. Sueñan; esa es la palabra mágica; los niños de hoy siguen soñando, algunos desde las privaciones más dolorosas, otros desde la abundancia. Ya dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y esperanza puede ser sinónimo de ilusión; en inglés se dice daydream, soñar despierto; pero da igual despierto que dormido, lo importante es soñar, pero sin que los sueños se conviertan en pesadillas. Veo jugar a los niños de la abundancia. Tienen piscina, flotadores que son tiburones o tortugas gigantescas. Tienen cuentos que producen sonidos: voces de animales, bocinas de coches, música. Tienen dibujos animados en la tele para todos los gustos y edades. Tienen patinetes y bicicletas. Tienen yogures especiales en la nevera, especiales para todas sus alergias, porque los niños de hoy también están cargados de alergias. Tienen balones de colores, muñecas, polos con o sin azúcar, con gluten y sin gluten. Tienen sillitas en los asientos traseros del coche de sus papás, y guarderías donde aprenden cantando en la misma lengua que hablan sus progenitores cada día, y aun en lenguas diversas que se escuchan por esos mundos de Dios.

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Apenas me acuerdo de cuando andaba dando tumbos como esos chiquillos de ahora. No tenía guerra; la nuestra ha sido la primera generación sin guerra en mucho tiempo. Pero tenía postguerra, y no voy a entretenerme a explicar lo que eso significa. Tenía una sillita de enea y con ella iba a «costura», que era lo más parecido a las guarderías de ahora, un domicilio particular donde podíamos llorar a grito pelado con niños y niñas de nuestra edad y dejar a los padres tranquilos un rato. Después tuvimos canicas y balón de cuero en medio de la calle, y en el cine dibujos de Tom y Jerry y películas de Charlot. Quien crea que no fuimos felices que tire la primera piedra.