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Un día de verano en el puerto de Maó , música de The Brothers Sound System, el dj Bass y Toni pinchaban a cuatro manos para crear buen ambiente y el clima perfecto para que la gente pasara un rato muy divertido. Julián la vio bailar mojito en mano, sus miradas se cruzaron fugazmente y en ese preciso momento empezó todo.

Empezaron las risas, los días de playa, las barbacoas, las fiestas de pueblo, los abrazos, las caricias, las sobremesas sin fin, las cenas hasta la madrugada, los karaokes improvisados. Empezaron los besos, los paseos por la orilla, las puestas de sol desde el faro, las siestas olímpicas, el cubo de hielo repleto de cervezas. Empezó algo que se parecía mucho al amor, aunque era pronto para decir si lo era.

Y mientras Julián y Sara lo pasaban bien, sucedían un par de polémicas por el uso de los idiomas, triste, porque uno siempre pensó que los idiomas debían servir para compartir culturas y unir a la gente, y no para usarlos como armas arrojadizas contra otros. Y mientras Julián y Sara gozaban, una polémica sobre bandas de música ocupaba titulares en las redes sociales, es curioso, en muchas ocasiones los ánimos se encienden muy rápidamente con las pequeñas cosas, y parecen inertes antes los grandes problemas, seguro que en este caso, como en tantos otros, faltó dialogo y sobró vehemencia.

Y mientras Julián y Sara disfrutaban del verano menorquín los jóvenes de la Isla la seguían abandonando, 3.000 en los últimos años según informó este mismo diario, cuando los jóvenes se ven obligados a abandonar su tierra para sobrevivir con dignidad es que su gobierno está haciendo las cosas muy mal. Y mientras Julián y Sara gozaban, las pateras seguían llenando de cadáveres las costas de Europa, los gobiernos seguían levantando muros de alambre de espinas y hormigón para frenar la llegada de refugiados. Europa se ha convertido en un continente viejo, oxidado, insolidario, desigual, injusto y rodeado de muros para que el hambre y la miseria que provocan sus acciones en otros continentes no les entre en sus jardines.

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Mientras Julián y Sara rozaban con su dedos momentos de autentico placer, otros miles de personas sienten en su piel el autentico sufrimiento. Mientras unos ríen otros lloran, mientras unos cantan otros callan. Mientras unos bailan otros permanecen inmóviles. Mientras en algún lugar alguien se alegra por el nacimiento, en otro lugar alguien llora una muerte.

Pero que nadie se equivoque queridos lectores, esto no es un canto al masoquismo, no es una invitación al sufrimiento, no es una llamada al sentimiento de culpa, ni a la depresión. Solo se deberían sentir mal los que necesitan del sufrimiento ajeno para obtener el placer propio. Y obviamente ese no era el caso ni de Julián ni de Sara. Y tristemente los mayores causantes de dolor suelen tener la conciencia muerta y la empatía desterrada.

Porque pasárselo bien de vez en cuando es necesario. Porque desconectar y vivir se hace imprescindible. Porque divertirse tendría que ser un derecho universal. Porque la música y la fiesta tendrían que llegar a todos, y no solo a unos pocos. Porque Julián y Sara también lloraron, también llorarán, pero supieron aprovechar sus días de verano, y aprendieron a ponerle karaoke al mal tiempo. Y aunque al final aquello no cuajó en amor, siempre que escuchan una sesión del dj Bass, o ven una foto de Menorca, sus cuerpos generan endorfinas y eso se parece mucho a la felicidad.

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