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Mi tiempo no está en venta. Ni tiene precio ni hay causa que justifique su despilfarro. Hay un estúpido rumor que circula desbocado y que parece que lo rige todo, una creencia banal, una típica mentira que mil veces repetida se ha convertido en verdad que dice lo contrario. En absoluto. Nadie puede comprar mi tiempo porque, entre otras cosas, es irremplazable, único, valioso.

Hay una práctica que abunda cada vez más en nuestra zoociedad y que consiste en indemnizar retrasos en el transporte o en la contraprestación de un servicio regalando dinero o vales de descuento intentando calmar la ira que nos invade cuando nuestro avión, por ejemplo, no sale a la hora prevista o el trabajo que hemos contratado no está listo en los plazos fijados previamente.

Me pasó el otro día en el Aeropuerto cuando no me podían ofrecer el asiento de avión que había comprado porque había «overbooking». Esta enfermedad, también conocida como el mal de vender más billetes de las plazas de que dispone el avión que te va a trasladar, es una de las lacras que azotan a la mayoría de aerolíneas que se escudan en el hecho de que legalmente están inmunizadas mientras a los pasajeros que nos zurzan.

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Para no meterme en líos, no diré que la compañía era Air Europa porque algunas tienen sa pell molt fina y luego sus responsables de Comunicación, Relaciones con el Cliente y Tontería me envían emails preocupándose por el asunto –aprovecho la ocasión para mandar un saludo a Xabi de Vueling-. El caso es que el trabajador de la subcontrata me dijo que no había sitio en el vuelo que tenía comprado y cometió dos errores que me parecieron mezquinos.

El primero fue decirme: «No pasa nada, tenemos otro avión que sale en unas horas y encima le indemnizamos con 250 euros». Eso me mosqueó porque íbamos en grupo en un viaje de apenas 24 horas en Palma donde cada minuto prácticamente estaba programado para optimizar el viaje. «Mi tiempo no está en venta y mucho menos te creas capaz de ponerle precio», imaginé que le respondía, aunque guardé la compostura porque entendí que él como individuo no tenía la culpa y lo único que podía hacer era aguantar la bronca.

Pero me enfadé mucho más cuando poco después me soltó: «El problema es que no comprasteis los billetes como grupo porque así seguro que no tendríais problemas». Ahí ya estallé. «El problema es que las aerolíneas están acostumbradas al overbooking porque les importa un pepino lo que les pase a las personas y si éstas llegan tarde. El problema no es mío, el problema es de las empresas, porque si no me hubiese pasado a mi le habría pasado a otro». En cosas como esta vamos malgastando lo único que el dinero no puede comprar, el tiempo, y no veas lo que cabrea.