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Soy un bocazas. En la mayoría de los casos más desde la inexperiencia en esto de vivir que otra cosa. En otras ocasiones es el fervor revolucionario propio del que flirtea con los 30 años el que me inspira y empuja algunos de los artículos. Amigo lector, te diga lo que te diga, no me vuelvas a hacer caso, si es que alguna vez lo hiciste. El ser humano es fantástico. Sucede que a veces dentro de la especie emergen individuos cuyos actos hacen más ruido que los de la mayoría y, como me enfado, nos pongo a parir sin contemplaciones, en plan francotirador. Lo siento, especie.

He tenido la ocasión de visitar la Fundación Vicente Ferrer en Anantampur, en la India, donde he pasado unos días conociendo de primera mano los proyectos sociales, humanitarios y ecológicos que allí se realizan y he recuperado la confianza en el ser humano. No solamente porque lo que me he encontrado supera infinitamente lo que nos llega a través de anuncios, noticias o contenido multimedia en general, sino porque la labor que están haciendo es tan buena que da suficiente crédito a la especie.

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No te voy a vender por aquí nada, no es el momento ni el lugar, pero sí que te animaría a que profundizaras ni que sea mínimamente en la vida de Vicente Ferrer y de su obra. No lo digo para que te invada una sensación de querer cambiar el mundo, que será inevitable, sino para que veas lo increíbles que podemos llegar a ser como especie. No me refiero, tampoco, al simple hecho de tender una mano al que la necesita. Va más allá, mucho más allá. No basta con darle pan al que tiene hambre si no se le enseña a cultivar trigo.

Me alucina el hecho de que alguien se despertara un buen día y no solo decidiera luchar contra la injusticia sino que lo hiciera a pesar de los peros y de los noes. ¿Cuántos proyectos hemos tenido que no han pasado del primer problema? ¿Cuántos han naufragado incluso antes de salir del puerto? No solo envidio todo lo que la Fundación ha conseguido sino esa energía que los impulsó tan fuerte que fueron capaces de quebrantar cualquier imposible que se les cruzara por el camino.

Esa fuerza de voluntad, esa ilusión, esa fe, esa confianza… Esa mezcla de cosas que no solo nos hace distintos como especie, sino que nos hace invencibles. Ese motor que muchos hemos perdido de un tiempo a esta parte y que nos impide ser, sencillamente, maravillosos.