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Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, la Virgen María y el Espíritu Santo. Pero ahora me acuerdo nada menos que de Abel, el muchacho vagabundo de «La tabernera del puerto», interpretado por una soprano cómica. Mi padre solía decir que en las representaciones de zarzuelas que se hacían en el teatro del Born, la soprano que encarnaba a Abel a menudo era poseedora de unas tetas fenomenales que revelaban su condición por muy bien que se disfrazara. «Anda, chicuelo, déjame sola», dice Marola, la tabernera. Y Abel replica: «Ya he reventado como una ola, rompió en la playa, brotó la espuma, barrió la arena como una pluma y ahora, ¡conchis!, otra vendrá que con su espuma la borrará». Otra vendrá que con su espuma la borrará. Así de sencillo. Ahora sólo falta que me siente en la arena de la playa, a contar el paso innumerable de las olas. Siempre viene una ola nueva, por muy gorda que sea la que nos llegue, y la nueva hace olvidar la vieja, aunque se trate de un tsunami de triste memoria.

Ya lo decía Machado, todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. Y sobre la mar se cierran todos los caminos, todos los surcos, y no queda ni rastro. También lo decía Robert Redford, interpretando a Finch Hutton en «Out of Africa»: «We're not owners here, Kare. We're just passing through». No somos dueños aquí, sólo estamos de paso.

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Ahora toca echar un vistazo a nuestra historia. Dos mil quinientos años antes de Jesucristo pequeñas comunidades agrícolas y ganaderas habitaban estas islas. Novecientos años antes de Jesucristo las Baleares vivieron la invasión de los pueblos talayóticos, una cultura guerrera que perduró hasta la conquista romana. Pero hasta llegar a los romanos las islas conocieron las invasiones de los griegos, fenicios y cartagineses. Hacia el año quinientos y pico pasaron por aquí los bizantinos, luego vinieron los musulmanes, más tarde los catalanes, o si se quiere la Corona de Aragón. Muchas olas que sólo dejaron residuos a su paso, entre ellos una lengua casi minoritaria que en cualquier caso es la nuestra. Es la gran lección: otra vendrá que con su espuma la borrará.

No somos propietarios; estamos sólo de paso, y sin embargo a menudo creemos que vamos a durar para siempre. Pero ya decía mi madre que ningú queda per llavor; no quedan ni las obras maestras, y por lo que respecta a las modas el tiempo es tan caduco que hoy uno puede estar en la cumbre y mañana en el más negro de los olvidos.