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Con la semana que comienza llega el momento de dejar reposar los resultados electorales, el tiempo del análisis, también dentro de los propios partidos, teniendo solo claro que la ruptura del bipartidismo será a costa de la gobernabilidad del país. PP y PSOE han logrado los peores resultados de un partido mayoritario en esta etapa democrática, y la fragmentación del Congreso hace prever una etapa muy complicada, de negociaciones y posibles pactos. Sin embargo, en todo este rompecabezas llama la atención el reparto de fuerzas en el Senado. Muchas veces ha salido la Cámara Alta en el debate de campaña electoral, cuestionando abiertamente su utilidad y su continuidad. Precisamente en este nuevo Senado el PP ha logrado, dentro de su caída, renovar la mayoría absoluta, y una de las fuerzas más críticas, Ciudadanos, que proponía directamente eliminarlo, no ha obtenido ningún senador. En virtud de los diferentes sistemas de elección del Congreso y el Senado, de los 208 senadores que se elegían el pasado domingo (quedaban fuera los senadores autonómicos) 124 han sido para el PP. Así, la Cámara tan denostada y olvidada se ha convertido en una buena noticia -posiblemente la única-, para el partido de Rajoy y por descontado para quien aporta su grano de arena desde Menorca, la senadora electa Juana Francis Pons Vila.

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Y mira por donde esos comicios olvidados pueden cobrar importancia en la legislatura que ahora comienza sea cual sea el gobierno que se acabe formando. Porque aunque el Senado sirva habitualmente para la segunda lectura de las leyes que emanan del Congreso (y éste tenga siempre la última palabra), es clave en ciertas ocasiones. Su mayoría es necesaria por ejemplo para reformas de calado en la Constitución, reformas que toda la izquierda llevaba en sus programas, y el Senado podría bloquearlas. En esta partida de la política el Senado ha resultado ser como el peón minusvalorado en el tablero de ajedrez, que avanza lentamente, desapercibido, y se convierte en la temida reina.