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En cuestiones de salud pública la prudencia es obligada. No se puede crear alarma pero tampoco las autoridades deben bajar la guardia y dejar a los profesionales sanitarios sin instrucciones claras de cómo actuar ante nuevas situaciones, nuevas enfermedades que llegan con una celeridad antes impensable, ya que viajamos mucho más y los virus lo hacen con nosotros.

De algo tiene que servir haber pasado por la crisis del primer contagio de ébola fuera de África, el de la auxiliar Teresa Romero, que no se supo con claridad cómo sucedió. El año pasado oímos hablar del chikungunya, la enfermedad vírica transmitida por el mosquito tigre, y ahora es el zika, otro virus que ha encontrado en el insecto su mejor aliado para convertirse en un problema sanitario de primer orden, sobre todo en países de Sudamérica con los que España mantiene un constante flujo de viajeros. Dolencias hasta ahora extrañas llegan a nuestros hospitales y los médicos y todo el personal sanitario tienen que reciclarse y recibir formación para realizar diagnósticos certeros y atajar así la expansión del problema.

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Por el otro lado, el de la Administración, es necesario reforzar las medidas de control de la presencia del mosquito, cuya erradicación los expertos consideran ya imposible. Voraz, como algunos trabajadores en empresas del polígono industrial de Maó saben bien, llegó probablemente refugiado en los neumáticos de algún vehículo transportado en barco desde Mallorca, y cuando pase el invierno -tan suave que la vida se le hace muy fácil entre nosotros-, volverá a aparecer y con él, el riesgo de transmisión de enfermedades.

Ante esta amenaza, aunque se diga que es moderada, Govern, Consell y ayuntamientos deben actuar a con diligencia y mantener informada a la población.