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Miro las funciones que tiene el programa Word de ordenador y echo de menos un epígrafe que diga: «Guardar y pensar». Me sale «Guardar», «Guardar como», «Guardar y enviar», pero no «Guardar y pensar». Bien mirado, son dos palabras que no están de moda, no lo está «guardar» ni «pensar». Hoy la gente no guarda casi nada. Si se trata de dinero no les culpo, porque hay poca gente que tenga dinero para guardar, y si lo tiene, se encuentra ante la disyuntiva de si meterlo debajo de una baldosa o llevarlo al banco, donde se le va a pudrir igual, pues le darán un interés reducido en todo menos en los impuestos que generará.

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Esto sin contar con los peligros de que a alguien se le ocurra tocar la campana con cara de satisfacción infinita, como hacía un personaje de esos que ahora están en boca de todos, y les deje sin blanca. En los chistes sangrientos de esta crisis interminable el gobierno salía diciendo que tenía dinero para rato. Si se trata de guardar las formas también hay sus más y sus menos. Por guardar las formas han perdurado muchos matrimonios de malcasados; por no dar mal ejemplo a los hijos, o no dar motivos al qué dirán, y cuando se han querido dar cuenta están ya viejos para todo, menos para asombrarse de que los hijos tengan parejas y exparejas a mansalva. Tampoco se trata de guardar trastos inútiles en el desván, entre otras cosas porque las reducidas casas actuales no suelen tener desván, ni siquiera trastero. Lo que se guarda bien, sin embargo, es lo digital, hasta que queda obsoleto el programa o el artilugio con que lo guardaste, y luego te quedas en pelotas igual.

Pero, ¿y pensar? Tampoco creo que pensemos mucho hoy en día. La televisión anda llena de programas para no pensar; fútbol, cotilleos sensacionalistas, telefilmes para entretener sin tener que pensar. Incluso las películas de Oscar son a menudo acumulaciones de efectos especiales, variedad de cómics sin una base seria que nos incite a pensar. También la literatura se hace ahora para entretener a base de historias de intriga, policiales o de aventuras. Dicen que las obras de arte son un reflejo de la sociedad que las produce, lo cual me lleva a deducir que estamos en la era de lo superficial, una especie de segunda Edad Media en la que los conocimientos están en manos de unos pocos, la inmensa minoría, que ya no reside en los conventos, sino en institutos científicos, círculos de tipos raros y torres de marfil, y que no resulta rentable para nadie guardar y pensar.