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Hoy amaneció lloviendo de nuevo sobre el valle del Jerte. Los cerezos no están en flor, aún no cubren la tierra con su manto blanco de falsa nieve. Desde donde me encuentro veo el rio bajar con fuerza. Acabó de colgar el teléfono y al otro lado se quedó una persona muy querida que sufre. No sé si será que la lluvia, la visión del rio, la impotencia para calmar el dolor de alguien a quien quieres, la distancia de mi Menorca y su mar, o todo junto, pero el día pinta tristón, y cuando eso ocurre, queridos lectores, no hay más remedio que tirar de Filosofía.

Y no me refiero a la filosofía como sinónimo de paciencia, que tampoco está mal, me refiero a la Filosofía como como esa caja de herramientas que nos ayuda, aunque sea mínimamente, a entender el mundo. Corremos demasiado, demasiado ruido, van bien de vez en cuando unos minutos de reflexión.

Y dándole a eso del coco me salió, y no me pregunten porqué, que lo más caro no da siempre mejores resultados, que lo más llamativo en ocasiones eclipsa cosas mejores. También me salió que los más famosos no son las personas más inteligentes y que lo más evidente no es siempre lo verdadero. Puede que vivir en el escepticismo moderado sea una manera de intentar no sufrir tanto, en este punto me quedo con los pensamientos de Hume. Por otra parte miedito me da el mundo de las verdades absolutas y de los arrogantes egocéntricos.

Imaginen que me hago un Cristiano Ronaldo y afirmo que si todos escribieran a mi nivel seriamos el periódico más leído. Enseguida y con toda la razón me tacharían de chulo, de arrogante, de prepotente, de soberbio y de creído, y eso como mínimo y para respetar el libro de estilo de este diario, porque la verdad es que afirmar algo así me convertiría en un auténtico imbécil. Sin embargo a los ricos y poderosos se les perdona todo. Personajes públicos que se olvidan de actuar con los demás como quieren que se actué con ellos, se la trae floja Kant y toda su Ética. Y el ejemplo me ha quedado insignificante, al fin y al cabo Ronaldo es un tipo que mete goles, aplíquenlo a los que tienen realmente poder, se erizan los pelos.

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Parece que abundan más los maquiavélicos que los solidarios. Le quieren dar la patada definitiva en el culo a Marx porque ya no existen las clases sociales, solo existen los inmensamente ricos y la masa inmensamente grande de pobres. Ya nadie tiene conciencia de ser clase trabajadora, eso suena a rojo trasnochado, todos nos decimos de clase media. La jugada les ha salido perfecta, sociedades de brazos caídos y todos al psiquiatra para que nos diga que Freud tenía razón y que nuestra mala leche es fruto de una fase oral no superada, vamos que la culpa de todo la tiene nuestra madre por mojarnos el chupete en azúcar.

Y a pesar de todo lo anterior me resisto a darla la razón a Hobbes, cierto que hay hombres lobos para hombres, pero también encuentras personas que abren las nubes en los días encapotados para que los demás sonriamos, y ahí emerge la buena naturaleza del hombre y con ella Rousseau.

Estaba con mi amiga Maca y recordamos cuando en los apuntes de selectividad escribió «el mito de la taberna de Platón» en lugar de la caverna y aun así aprobó. Y la sonrisa que provocó esa anécdota, junto con la compañía de los buenos amigos, me hizo pensar que molaría irse de cañas con ellos por esa taberna y planificar un viaje en tren al sur, y el día dejo de ser tristón. Al final siempre florecen los cerezos.

Hoy amaneció lloviendo de nuevo sobre el valle del Jerte. Los cerezos no están en flor,