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El juego de mesa Monopoly estuvo prohibido en la Unión Soviética porque decían que fomentaba el capitalismo. Supongo que juegos de deportaciones a Siberia, o de cómo desfilar en la Plaza Roja delante del dictador Stalin, sí que estaban permitidos, pero lo de comprar y vender hoteles ya era otra historia. Mientras el llamado Bloque del Este aguantó al otro lado del muro el capitalismo se humanizo un poquitín, se inventaron aquello de la socialdemocracia, era algo así como decirle a la gente: vale, somos capitalistas y buscamos el beneficio por encima de todo, pero para que no se os pasen ideas raras por la cabeza vamos a daros unas migajas para que os creáis que ya no sois clase trabajadora sino clase media, a que mola.

De esta manera hubo un avance en algunos derechos como unas jornadas de trabajo más cortas, derecho a vacaciones, acceso al ocio y alguna cosita más. La caída del famoso muro de Berlín trajo consigo tres hitos históricos, el primero fue la reunificación de Alemania, el segundo ver a David Hasselhof , exvigilante de la playa y exchófer del Coche fantástico, cantar en la capital alemana, y el tercero que el sistema económico capitalista se quedó sin contrapeso, y mostró su cara más feroz. Vamos que donde dijo digo ahora es Diego, que derechos cada vez menos, que la clase media se iba a ir al carajo directamente, y que me llevo la fábrica donde los gobiernos me faciliten mas esclavos, neoliberales al poder que si el juguete se rompe pagáis vosotros.

Y el juguete se rompió, y aquí estamos los pringaos pagando la fiesta y aguantando las declaraciones de gente tan seria como la señora Tita Cervera, viuda de Thyssen y madre de Borja, que es la versión internacional de Paquirrín, cuando dicen que: «ser rico es muy difícil, es una gran responsabilidad». Tócate los pies, parece que por un minuto a la baronesa la poseyó el espíritu del tío de Spiderman cuando le dijo aquello de que todo poder conlleva una gran responsabilidad y bla, bla bla.

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Pero no seamos tan duros con la coleccionista de cuadros, pensándolo bien ser rico es un estrés, no sabes si coger el Porche o el Ferrari, si irte a la mansión de la playa o a la de la montaña, si comprarte el ultimo bolso de lujo o contratar dos sirvientas sin papeles más para explotarlas, si llevar la producción a Vietnam o a Indonesia para pagar menos, si ir al programa de Bertín a que te haga un ratito la pelota, o al de Ana Rosa para hablar de lo bien que nos va usar las Sicav para ahorrar impuestos, un follón. En cambio que suerte tiene los pobres, tan relajados, tan tranquilitos, sin ninguna responsabilidad, ocupados solo en sobrevivir, en ir pasando los días con un techo y un plato de comida, intentando que no le roben la dignidad a golpes, suertudos.

Pero no se sabe bien por qué a algunos pobres les da por quejarse, les da por exigir derechos y no sé cuántas chorradas más, que si igualdad, que si solidaridad, que si servicios públicos. La de carcajadas que se oyen en los salones de palacio cuando a alguien le da por hablar de una redistribución más justa de la riqueza, se parten el pecho entre copa de champán Dom Pérignon Rose y canapé de caviar de Beluga.

No sé qué pensarán ustedes, queridos lectores, pero si el dinero no da la felicidad como sostienen muchos con pasta gansa, por qué nunca lo reparten y siempre quieren más. Pobrecitos, a lo mejor están enfermos porque de pequeños siempre perdían al Monopoly. No sufras más Tita, danos tu dinero.


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