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No sé si es por causa exógena (vaya con el lenguaje médico), es decir, por condicionantes de la realidad que nos circunda y de la que no se puede escapar fácilmente, o bien se trata circunstancias endógenas, porque uno se va adentrando en la adolescencia de la vejez y ve las cosas de otra manera, pero el asunto es que años atrás me costaba poco adquirir un tono festivo cuando no jocoso en estos artículos estivales escritos bajo el ullastre y ahora se está convirtiendo en misión casi imposible. Claro que yihadismo aparte (¡qué difícil ponerlo entre paréntesis!), también ha habido dolorosas despedidas de familiares y amigos (la última la de ese buen tipo que fue Sergio Sintes, compañero de raqueta y afinidades cinematográficas y ateneístas) que influyen en el tono vital…

La isla está saturada en este sábado de agosto, en que en lugar de sumergirme en la vorágine decido quedarme bajo el árbol centenario y la piscina risueña (se ríe porque, ausente Inés, su vida, al revés de calas y playas, es lenta, pausada y solo el ullastrero la acaricia con su elegante y jurásico crowl). Vida pausada, digo, todo lo contrario de lo que se busca hoy día, sensaciones impactantes, efímeras, monogamias sucesivas, experiencias visuales como las de meterse en mil incomodidades para contemplar puestas de sol supuestamente únicas, experiencias gustativas deconstruidas, ¡Oh, ese inenarrable coñazo globalizado de los chefs creativos, niños prodigio de la cocina, y seguirlos en peregrinación a sus templos gastronómicos!

Bueno y las maquinitas omnipresentes, los tecleos compulsivos, la manía planetaria del selfie («yo estaba allí») y su correlato anti pausa: la compulsión por la satisfacción inmediata en respuestas y soluciones que ofrece la red, la consecuente falta de adaptación a la frustración que va a generar legiones de seres caprichosos y malcriados, la cultura tipo readers's digest, es decir, digerida, fragmentaria, sincopada y sobre todo viral, con sus correspondientes incendios en la red por cualquier chorrada que se le ocurre al famosillo de turno… En pocas palabras, vida acelerada, superficial con dominio imperial de la banalidad o directamente de la estupidez más flagrante.

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Pero lo dicho, estamos en verano, en su punto álgido, y lo único que importa es el pueblo en fiestas, los pregoneros afilando su ingenio y la paella en su punto. La madre de todos los puertos parece una sucursal de las Ramblas con todas las terrazas con su aforo cubierto. A pesar de ello no dejo de hacer la ronda por mi espacio sentimental donde, décadas ha, me despertaba frente a la Isla del Rey, nadaba en Sa Lliga y pescaba cabots. Allí, Nacho del Cachito aparece algo melancólico, como si se resistiese a entrar en esa adolescencia de la vejez que le ronda mientras su hija, la hermosa Flavia, le echa algún capote para tratar de resistir el boom chino-japonés; más allá, Ana y Juan del exclusivo S'Espigó monopolizan no solo la maestría en la cocina del pescado sino también a la jet de la camisa blanca arremangada; la burbujeante y eterna vida del Latitud 40º, mientras Ruth, Gabi Xavi y Vanessa del flamante Sa Vinya se hacen no solo con la coctelería de la zona sino también con una cocina de autor, al lado de otra Gabi, veterana maestra de Ópera y pastas italianas. And so on…

Y así 'piano piano' voy llegando al final del artículo sin haber hablado de los pactos incorruptos ni de la última baladronada de Míster Trump. Y afortunadamente empieza la Premier, con el apasionante duelo Guardiola-Mou y sus billonarias plantillas… ¿Y los Juegos Olímpicos? Aunque no me apasionen, salvo las finales de los cien metros lisos y libres, es imposible no estar al tanto de la épica competitiva de Mireia Belmonte y Rafa Nadal, dos catalano parlantes iconos de la españolidad con su mítica furia, o las hazañas estratosféricas de Michael Phelps y Usain Bolt, pero quito el volumen cuando algún español entra en liza ante el histérico fanatismo de los comentaristas. Como trato de huir del ruido (contaminación acústica se dice ahora), de verbenas, after hours o de los transistores playeros, otro deporte nacional del verano patrio.

¿Y cómo perseverar en la vida lenta en pleno agosto sin perecer en el intento? Pues leyendo bajo el árbol y en un rincón de Es Castell de cuyo nombre me acuerdo pero no comparto para que no me lo arruinen. Allí aún es posible un fosquet silencioso, cadencioso y marinero ante un paisaje no solo bello sino lleno de historia. Amén.