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Supimos este domingo del final de la aventura, mejor dicho del sueño, de crear una aerolínea insular que inició su recorrido en 2013 y se presentó un viernes 13 en el Ateneu de Maó. Demasiados treces, tal vez fuera un mal augurio para la idea de los empresarios Llorenç Moll y Mariano Bendito de acabar de una vez por todas con el lamento colectivo –de un tiempo a esta parte bastante menos activo desde la plataforma ciudadana creada ad hoc, por las malas conexiones aéreas y coger el toro por los cuernos, en este caso el avión, para no depender de nadie y garantizar las rutas fundamentales con Palma y la Península a precios asequibles y con frecuencias organizadas por y para los isleños.

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En realidad retomaban una idea más antigua, porque en 1994 ya habían hecho un estudio de viabilidad para crear una compañía aérea local. Durante los últimos tres años explicaron el proyecto a instituciones, agencias, turoperadores… e incluso contactaron con la multinacional aeronáutica Fokker. Pero ya en 2014 lamentaban el poco cariño con el que se había tratado el proyecto desde las administraciones insular y autonómica, "la colaboración ha sido cero". Desde el punto de vista aeronáutico y empresarial desconozco si la idea era descabellada. Poner unos cuantos aviones en el aire en tiempos en los que emprender parece que solo es sinónimo de inventar una aplicación móvil se antoja una tarea ardua, ingente, muy arriesgada.

Los impulsores cifraban su necesidad de capital en casi 10 millones de euros, una cantidad elevada, difícil de visualizar con mi calculadora de economía doméstica, pero no inusual en el reparto de partidas para estudios, planes, asesorías y otros gastos del erario público. Una pena que en este caso no se haya visto o la posibilidad de negocio o la de interés general.