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Comentaba ayer el dirigente de Proposta per les Illes, Jaume Font, de visita en Menorca, que Balears, mientras no se respete por igual cada isla, no será Baleares. Aludía al centralismo mallorquín, a la diferencia de servicios y oportunidades que todavía hay por vivir en uno u otro territorio, y eso que es de Sa Pobla y sabe que en la mayor balear esas palabras no gustan. Pero las cifras son más reales que la mayoría de las promesas políticas y corroboran la teoría del dirigente de El Pi.

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El último revés estadístico que no ayuda a que ese sentimiento de unidad balear crezca viene del mundo de la educación. Las becas de movilidad y desplazamiento para cursar estudios superiores fuera de las islas se quedaron, en la convocatoria 2015-2016, casi todas en Mallorca. Precisamente, y a pesar de las distancias por carretera, la isla donde las familias mejor lo tienen para que sus hijos puedan acceder a la universidad, ya que allí está la sede principal y la mayoría de estudios y facultades, a las que llegar en coche, tren o autobús, sin agua de por medio. Hay extensiones, pero la descentralización sigue siendo insuficiente y la oferta formativa no hace que el movimiento estudiantil se invierta, es decir, el mallorquín no tiene por qué cambiar de isla. Pues bien, de las 613 ayudas concedidas ese curso 29 fueron para estudiantes menorquines, siete para ibicencos y una para Formentera. Una explicación podría ser la incompatibilidad de esa ayuda con la que concede el Consell, y se analiza si sería mejor hacer una sola convocatoria. Unir esfuerzos y presupuestos es a priori algo positivo, siempre y cuando con la fórmula que se adopte no salga de nuevo perdiendo el estudiante menorquín. Ese que, volviendo al principio, no ejercerá de balear allá donde estudie con tan escaso apoyo de su Comunidad.