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Mi madre solía decir a veces de alguien que se enfadaba mucho: «S'ha posat dalt el Gurugú». A mí me parecía genial, eso del Gurugú. Creía que se lo inventaba, puesto que a veces ponía nombres graciosos a las cosas o a las personas, pero no hace mucho me enteré de que el Gurugú existe. Se trata del monte Gurugú, el punto más elevado del cabo de Tres Forcas, en la costa norte de Marruecos, cerca de Melilla. Actualmente es el refugio de muchos inmigrantes irregulares de regiones subsaharianas que esperan en sus laderas una oportunidad para entrar en Melilla.

Lo cual pone al Gurugú de triste actualidad, porque el pasado lunes unos 350 inmigrantes entraron en Ceuta en un nuevo salto masivo de la frontera, y hubo entre ellos una docena de heridos. Dicen que últimamente han sido 800 los inmigrantes que han accedido a Ceuta y el CETI (Centro de Estancia de Inmigrantes) está desbordado con 1.400 personas cuando su capacidad es de 512 plazas. Un problema, este de los inmigrantes, que tiene que ver tanto con España como con África, con Europa y también con América, puesto que se generaliza con los refugiados que se han visto obligados a abandonar su país por culpa de las guerras y con la actitud de Donald Trump de volver a hacer a América grande a base de empequeñecer a los países pobres y de cerrar las fronteras a cal y canto. A lo mejor, puestos a llamar las cosas por su nombre, esto tendría que calificarse de egoísmo y falta de caridad, falta de compasión y humanidad, algo que no me parece que vaya a engrandecer a nadie.

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No sé si cuando Trump se enfada se pone dalt el Gurugú, aunque tiene toda la pinta de ser el típico hombre sanguíneo e irascible al que le puede dar un patatús por menos de nada. Pero sería conveniente que él y muchos otros gobernantes se subieran a los montes donde se agolpan los desheredados de sus países de origen, se metieran en los campamentos donde se abrasan los saharauis o se hielan los refugiados a experimentar en carne propia la indefensión, la miseria y la muerte.

No me atrevo a llamar las cosas por su nombre y ponerle un solo calificativo a esa actitud, tal vez sea mejor recurrir al humor y pensar que en Menorca no tenemos monte Gurugú y tampoco nos llegan pateras. Solo tenemos, El Toro, y puestos a llamar las cosas por su nombre tendríamos que decir «joder», que es a lo que se refieren algunos cuando dicen «avui hem pujat al Toro», es decir, hoy mi esposa y yo hemos ejercido el derecho al matrimonio.