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Se trataría de establecer una combinación equilibrada entre la tolerancia y el civismo. La mezcla de ambos conceptos, íntimamente relacionados porque es difícil entender uno sin el otro, debe permitir que el centro de Maó mantenga la vitalidad que ha adquirido desde hace varios años amortiguando las molestias que puede provocar el denominado tardeo.

Hasta entonces, una vez cerrados los comercios al mediodía del sábado, la ciudad se transformaba en un paraje silencioso, inerme. El paisaje humano daba paso a calles desérticas, tristes. Era entonces Maó, probablemente, la localidad de la isla con menor actividad en sus calles más emblemáticas.

La resurrección del centro, fundamentada en la proliferación de nuevas terrazas, miniconciertos y, especialmente, la reconversión del Mercat del Peix en nuevo punto de encuentro masivo para el vermut han descubierto una nueva ciudad animada, viva desde la mañana del sábado hasta entrada la noche. Su aspecto ahora recuerda al de cualquier otra capital de provincia en la que la calle es la auténtica prolongación de la casa propia.

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A partir del Mercat, Maó se ha sumado al tardeo, esa moda emergente con reminiscencias de la adolescencia ochentera entonces limitada a las galas juveniles en las discotecas, que supone un cambio rotundo en horarios de diversión.

Ahora el tardeo se hace en los bares, en las terrazas o directamente en la calle. Pero el alcohol pasa factura en muchos casos cuando la primera cerveza se ha tomado a la 1 del mediodía y la penúltima a las 8 de la noche sin que en medio se haya acolchado el estómago con alimento consistente.

El civismo para respetar a vecinos y resto de locales debe ser compatible con la diversión del sábado en horario vespertino considerando, además, que quienes se apuntan a los nuevos hábitos de ocio ya no son adolescentes. No parece tan difícil si se aplica el sentido común y la tolerancia mínima y mutua.