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Si tuviese carta blanca para escribir todo lo que pienso y tal y como pienso sobre el fenómeno de Cristian Grey y sus 50 sombras, seguramente alguien se enfadaría y yo acabaría castigado cara a la pared en un rincón y, con un poco de suerte, con unos cuantos azotes lascivos en el culete. Plas, plas. Pero por preocupación me moderaré a la hora de hablar del fulano que más suspiros ha provocado en los últimos tiempos.

Hace unos días cometí el inconsciente error garrafal de ir al cine un miércoles (día del espectador) y cuando la segunda película de la tórrida historia prácticamente se estrenaba. ¿Resultado? Una colección de mujeres de todas las edades haciendo cola para conseguir el mejor sitio con su correspondiente dosis de nerviosismo, cuchicheos, bromas e impaciencia. Daba igual que se hubiesen leído el libro o no, que supieran cómo iba a terminar o no. El espectáculo estaba servido y habría barra libre de feromonas en el ambiente.

Te reconozco, amigo lector, que le di una oportunidad a la primera película. Me topé con ella un sábado por la tarde tirado en el sofá y solo por curiosidad la empecé a ver, imaginándome que quizás aprendía algo nuevo para poder ofertar.

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Menudo chasco. Creo que me dormí antes ni de que se conocieran. Me importó tan poco el argumento que ni me preocupé en saber cómo terminaba, aunque me imagino que al final se casan y tienen hijos. Ella envejece dignamente y él tiene que recurrir a las famosas pastillitas azules para no ser una auténtica sombra de lo que en realidad fue Grey.

La segunda parte, que creo que se llama «50 sombras más oscuras», imagino que trata de Grey, que ha dejado atrás su vida de tardeo, vermuts y discotequeo para centrarse en su familia y en sus problemas eréctiles que le llevan por el camino de la amargura. John y Mary, sus hijos, han crecido y tienen que elegir universidad. Ella es vegana entre semana, los domingos no le hace ascos a un buen chuletón. La pasión de Grey y su mujer anda de capa caída, ya se sabe que el matrimonio y la monotonía suelen hacer que la pasión chochee y las guarrerías han disminuido a tope.

Sin haberme leído el tercer libro creo que me ahorraré destriparte el argumento, aunque te puedo adelantar que se llama «50 sobres de peix» y cuenta las peripecias del matrimonio ya mayor, en un viaje del Imserso por Menorca de ruta gastronómica compartiendo mantel con amigos. Continuará…

dgelabertpetrus@gmail.com