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Hoy que es el Día Internacional de los Trabajadores me acuerdo de los trabajos y los días de mi familia, de cuyo destino me escapé para dedicarme a las letras. Teníamos una cocina antigua, de las de hierro, enorme, en la que mi padre cocinaba platos menorquines con ingredientes menorquines. Era mi abuela María la que encendía el fuego muy de mañana, y la cocina se llenaba de humo espeso que no dejaba ver a un palmo de las narices. Yo iba a buscar una olla enorme de leche que ella hervía con buen fuego. A veces la leche se derramaba y se quemaba al hervir, y despedía un intenso olor a manteca quemada.

Después yo iba a por un cesto de pan, porque los viajantes desayunaban pan tostado, fregado con ajo y regado con aceite, más café con leche. Mi padre me daba un bocadillo con un bistec y decía que aquel bistec valía siete pesetas, y que aquello era un desayuno de capitán general con mando en plaza. A veces venían pescadores con un mero desmesurado que no habían podido vender, o con una langosta con las antenas rotas, y lo daban más barato para que no se echara a perder.

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Un payés de Ses Truqueries traía patatas y cebollas y mi padre le decía voltros es pagesos lo que voleu és be, fogassa i no segar. Mi padre mataba las gallinas abriéndoles el cuello para dar la sangre, y luego las metía en un lebrillo con agua hirviente para desplumarlas. A veces asaban un muslo de cerdo al horno, y luego lo rebanaban a medida que servían la comida. Las carnes para canelones las cocían con ajos y tomillo, aceite y agua y luego mi padre las trituraba y ponía un mendrugo de pan recalentado al horno para hacer pasar los restos de carne. E

s la misma técnica que usaba para triturar los tentáculos de los calamares, con los que hacía el relleno, añadiendo una bolsita de tinta; pero eran calamares grandes y gordos que humeaban al ser cortados sobre el tajo. Esos tajos gruesos y pesados servían de prensa para los trufados, que se hacían rellenando estómagos membranosos. Con los meros y langostas hervidas y cortadas a rodajas mi padre componía las ensaladas, añadiendo patata hervida, tomate, huevo duro, aceitunas y salsa mahonesa que hacía batiendo los huevos con dos tenedores. Con la escarola hacía raoles d'endívia, con el pescado croquetas de pescado, con el picadillo sopaipas –rubiols— que freía con el aceite muy caliente, igual que los salmonetes, serranos, las pescadillas, la mòllera, etc. Mi padre, Doro Faner, era un trabajador de la cocina, y estos nunca tenían fiesta.