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En este país tenemos el récord de imbéciles, de queda bienes y de tontos por cien. No tengo una base empírica que demuestre mi teoría pero me sobran motivos. El último, que haya alguien con los santos bemoles de instar a que se rechace una donación de 320 millones de euros a la sanidad pública. El gesto de la Fundación Amancio Ortega de donar ese dinero para adquirir equipamiento para el diagnóstico y el tratamiento del cáncer sea por el motivo que sea es loable. Y el que no lo vea igual puede que no conozca o no haya vivido de cerca la desesperante lucha contra el cáncer.

Ojo, no digo que se tenga que endiosar a Ortega, ni encumbrarle en los altares de la beneficencia pero de ahí a plantear siquiera que se dejen escapar 320 millones porque «aspiramos a una adecuada financiación de las necesidades mediante una fiscalidad progresiva que redistribuya recursos priorizando la sanidad pública», cuentan desde asociaciones para la defensa de la sanidad pública, hay un trecho preocupante. La interpretación es «no queremos ese dinero porque no hay que recurrir a las limosnas, se tiene que repartir mejor el dinero público y si mientras se consigue hay víctimas colaterales, mala pata». O lo que es lo mismo, para chulo, mi pirulo. Imbéciles.

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Yo he vivido la lucha contra un cáncer. En diez días se detectó y se llevó por delante a mi padre. Entre el 28 de diciembre y el 7 de enero de 2013 y 2014. Me hierve la sangre de pensar que algún enfermo pueda perder cualquier tipo de apoyo de este tipo, por mínimo que sea, porque a unos imbéciles les da por pensar que es denigrante que un individuo haga de forma altruista una inyección de este tipo.

Está claro que tras la queja está la exigencia de una reforma que equipare los esfuerzos tributarios del ciudadano de a pie, que está masacrado por todos los costados y que tiene poca o muy poca sensación de retorno del dinero de sus impuestos, y los que pagan las empresas. Las empresas que facturan más deberían contribuir más. Empezando por Amancio Ortega, quien también debería revisar las condiciones de trabajo en algunas de las fábricas donde se fabrican las prendas que luego venden. Me sumo a esa petición. Y yo le pregunto a estos insensibles, ¿también se tiene que rechazar el dinero que se dona y que cuenta con beneficios fiscales como principal reclamo? Porque de ser así la cultura y el deporte pueden verse afectados muy seriamente.

Me pongo –de nuevo- en la piel de los que luchan día a día contra el cáncer, tanto familiares como enfermos, y viendo la reacción de estos imbéciles queda bienes, que se creen dueños de la moralidad única, y siento vergüenza ajena.