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Debo ser la única persona del planeta que le tiene rabia al roaming. Desde hace unas semanas te puedes conectar a internet, recibir llamadas y mensajes en cualquier país de la Unión Europea sin que acarree más costes de los pactados en tu tarifa. O lo que es lo mismo, te pueden localizar de la misma manera que te localizan en España a los pies de la Torre Eiffel, tomando una pizza en Nápoles, perdido en pubs por Berlin o cubriendo los Island Games en Gotland. Se te acabó la tranquilidad.

Me encanta viajar aunque aborrezco coger aviones. Sé que es el precio que tengo que pagar para largarme al sudeste asiático durante un mes y desconectar prácticamente del todo. Me encanta la sensación de llevar cuatro días seguidos el teléfono en 'modo avión' y sin que nadie te pueda localizar. Y cuando lo activas recibir cientos de mensajes.

Adoro la sensación de cortar durante un rato con el resto del planeta. Recuerdo como en Havelock, una remota isla del Mar de Andaman, en India, las pasé canutas para poder enviar este artículo porque literalmente había dos módems en toda la Isla. Allí pasé una semana decidiendo a la sombra de qué cocotero quería pasar el día. Mientras, el flujo de mensajes iba y venía sin poder darme cuenta. Ni siquiera de los importantes.

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Un mes así, o incluso una semana, desintoxica y empuja al viajero a conectar más con el destino. Ni que sea por aburrimiento. La pantallita nos tiene idiotizados hasta el punto de que tomar una buena foto sea más importante que disfrutar de la experiencia que estás viviendo. Postureo, lo llaman, aunque a mi me gusta más 'tontuneo'. Y yo lo practico, ojo, como cualquier hijo de vecino, aunque me apeste.

Me di cuenta en la cumbre del monte más alto de la Isla Sol, en el lago Titicaca, entre Perú y Bolivia. Me sorprendí a mí mismo grabando como el sol se iba escondiendo en el horizonte fundiéndose con la línea del mar en lugar de disfrutar de un paisaje que quizás no vuelva a ver nunca. Guardo una foto fantástica, sí, y un vídeo estupendo, pero el recuerdo que me queda es agridulce. Sintético.

Hace unos días, en Gotland, estaba al corriente de todo lo que pasaba en Menorca y, sobre todo, en mis grupos de Whatsapp de Menorca. Me fastidió porque por trabajo no podía poner el 'modo avión' y por momentos era como si estuviese en Mahón. Aunque afortunadamente de un tiempo a esta parte he aprendido a no contestar enseguida todos los mensajes que recibo, aunque me haga quedar como un maleducado. Porque la vida también es aquello que pasa a nuestro alrededor mientras escribimos un mensaje de Whatsapp.

dgelabertpetrus@gmail.com