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El materialista cree en una concatenación de causas y efectos. Todo determinismo es previsible y aburrido. La mente deja de sorprenderse y admirar, porque solo la ignorancia provisional - piensa - le impide un control absoluto de la situación. Pero la ignorancia no es un estado provisional que pueda suspenderse o acabarse. Su superación es siempre parcial, modesta y reducida. Somos seres limitados y finitos por naturaleza. No es ningún secreto. Por eso descubrió el filósofo que el más sabio siempre será el más consciente de su propia ignorancia.

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Cuando abandonamos la soberbia intelectual empezamos a descubrir una realidad misteriosa y profunda, con desesperados relámpagos de claridad o fulgor, en la que intentamos seguir a flote navegando sin descanso.

Entonces, lo que experimentamos es una súbita sensación de agradecimiento y ganas de seguir aprendiendo, aprovechando nuestros numerosos errores. El que se cree en posesión de la verdad no deja sitio en su mente para nuevos hallazgos. El que se sabe pobre o vulnerable agradece cualquier oportunidad de avanzar, en un saber siempre provisional e inacabado. Descubre los milagros cotidianos que hacen de la vida una aventura increíble, fascinante. Los milagros, experiencia religiosa, están en la mirada del humilde. Ocultos al poderoso. Hemos experimentado muchísimas veces lo imprevisible. Por eso, políticos, científicos, pedantes y videntes, se equivocan a menudo.