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Después de un sábado soleado y playero, el domingo amanece con un celaje plomizo que no aventura nada bueno. Sin embargo, a las siete de la mañana las imágenes de la televisión catalana transmiten tranquilidad e ilusión. Los mossos levantan actas y se despiden amablemente. ¿Será posible que todo transcurra con normalidad, como si fuera una cita electoral legal? Vana ilusión, pronto emergen escenas de ultratumba, o por lo menos con una antigüedad de cincuenta años que creía que nunca más volvería a ver. Recibo el whatsapp de un amigo madrileño: «Estoy cayendo en una depresión», que refleja perfectamente mi estado de ánimo a medida que avanza una jornada que inevitablemente marcará un antes y un después en nuestro país de países…

Y lo enunció así, obviando la 'nación de naciones', porque si queremos un 'después' constructivo, si ello es aún posible tras el estropicio, cosa dudosa dada la progresiva enajenación de los dirigentes independentistas y la clamorosa incompetencia política de Rajoy, si alguna esperanza puede haber, pasa por la desnacionalización del lenguaje, la retirada al corral de conceptos inflamables y su sustitución por criterios de racionalidad, lo que debe empezar por huir de las palabras rimbombantes y de las ideas generales, como aconseja el notario J.J. López Burniol, fino analista del contencioso Catalunya-España, no hacer jamás apelación a sentimientos ni a agravios antiguos y prescindir del espíritu justiciero, para a continuación concretar las diferencias en magnitudes mensurables que permitan la transacción y no buscar imposibles soluciones para toda la vida.

Ya sé que hablar de racionalidad después del desvarío de ayer puede sonar a música celestial, pero el ejercicio de la moderación es más necesario que nunca, máxime después de echarle un vistazo hoy a la prensa internacional, cuyo término más usado es el «vergüenza» para referirse a la actuación de las fuerzas de orden público para reprimir un acto pacífico por muy ilegal que fuera. Estaba claro para todo el mundo, excepto para los independentistas, que se trataba de un referéndum sin garantías, y si el gobierno lo que pretendía era una fotografía de autoridad, ha tenido foto y media, porque además de la de las colas en los colegios electorales, ha tenido la de los infames porrazos a ciudadanos que, engañados o no, no iban a poner en peligro el orden público. El menoscabo de la imagen internacional de España ha sido clamoroso.

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Si Rajoy se ha equivocado gravemente, desde su destacada participación en el recurso del Estatut y en el ignominioso boicot a los productos catalanes, hasta el dislate de ayer, los dirigentes independentistas lo han hecho convocando un referéndum sin garantías, y se equivocarían doblemente si acaban proclamando a las bravas la independencia de Catalunya. Ambas derivas, propiciadas para dar carnaza a los respectivos hooligans, serían catastróficas para el porvenir de España. Hay que evitar a toda costa la política 'orgásmica' como la que se ha planteado estos días, con aquel aterrador «A por ellos» de los nacionalistas españoles despidiendo a los contingentes de la Guardia Civil que marchaban a Barcelona, o la permanente inflamación nacionalista de los políticos independentistas catalanes. Los orgasmos, en la cama.

No sé por qué vericuetos puede circular un atisbo de solución. Hace unos años lo hubiera sido seguramente la propuesta del exdiputado del PP y padre de la Constitución Herrero de Miñón, quien abogaba por un blindaje de políticas lingüístico-culturales, un tope fiscal y un posterior refrendo del pueblo catalán, lo que, según el prestigioso jurista no precisaría de reforma constitucional sino solo de incorporar al texto una disposición adicional; pero ahora, después de la catástrofe de ayer, me temo que el referéndum pactado siguiendo el dictamen de la Ley de Claridad canadiense, con niveles de participación y de síes establecidos, sea inevitable a medio plazo para empezar a hablar…

Aunque en este país de trincheras, la equidistancia resulta siempre sospechosa, quienes disponemos de un espacio público para expresarnos tenemos una responsabilidad especial a la hora de salirnos de ellas, desarmar el lenguaje, apelar a la racionalidad por encima de los sentimientos/aspavientos, y desacreditar con argumentos plausibles el vuelo de los halcones. En pleno siglo XXI y en la Europa democrática ni se puede romper un país saltándose las leyes a la torera ni se puede negar una salida democrática a las demandas pacíficas e inequívocas de una comunidad que quiere plantearse el futuro de otra manera, con el peregrino y también torero argumento de que lo que puede ser no puede ser y además es imposible. Es la hora de la política, el arte de lo aparentemente imposible.